A pocas horas de terminar el 2015, y con ello un bienio
de mierda, recuerdo todo lo que esperé y no llegó. Todo eso quedó atrás y a mí
me toca mirar hacia delante.
Al Año Nuevo le pido salud, que por ahí se va mucho
dinero. También dinero, suficiente para vivir. Y amor, del auténtico, del que
te rejuvenece más que una crema anti-edad.
Ya empiezo a saber quiénes son mis amigos y quiénes no. Eso
es algo que nunca deja de aprenderse, pero de mí depende que sea una
experiencia que me hunda o que sea algo que me enriquezca.
Y conste que no soy una persona conformista o que se
resigne, y seguirá siendo así. Pero espero que el Año Nuevo me sorprenda con
cosas maravillosas y poder alegrar con ellas a esas personas que siempre
estuvisteis allí.
Están teniendo lugar las elecciones generales, tanto
tiempo esperadas por unos y tan temidas por otros (aunque lo nieguen). Yo no
fui a votar por la mañana porque me iba a sentir como esas señoras mayores que
van a misa para lucir el abrigo de piel y después se van a comprar pasteles
antes de ir a casa de los nietos.
Acabo de hacerlo y notaba un ambiente tranquilo, y no el
constante ir y venir de personas de otros años, como si fueran interminables
caminos de hormigas a las que terminan por descolocar en cuanto las pisas para
que luego vaya cada una por su lado.
Sintiendo esa quietud, eché a volar la imaginación... Están
a punto de cerrar las urnas. Somos muchos los que estamos pendientes de la
radio, de tv o Internet para saber los primeros resultados, resultados que
cambiarán la Historia y ya no habrá vuelta de hoja.
Entre las múltiples ventajas de estar desempleada está el
tiempo que se tiene para pensar tonterías. Una de las más recurrentes en mis
divagaciones es "qué haría si me tocara la lotería". Enseguida pienso
en irme a Hawaii a freír chorizos.
Chorizos
El primer problema sería cómo pasar los chorizos por la
aduana, en los EEUU no se puede meter ni un miserable embutido (y menos ahora
que son cancerígenos).
Supermercado de Honolulu
Una buena alternativa sería ir al supermercado en
Honolulu y comprar hamburguesas, bacon y salchichas, como se ve en las
películas americanas. Y cerveza fresquita, claro.
Hamburguesas
Bacon... uy, éste no
Éste sí
Salchichas
Birras hawaianas
Ahora toca decidir cómo disfrutar de toda esa pitanza.
Muchas veces he pensado que, ya que voy hasta tan lejos, aprovecho para visitar
la zona de volcanes.
Volcanes o asador gigante, según se mire
Me encantan los volcanes y toda la magia que tienen
cuando están en acción. Pero sigo pensando en los chorizos y que cojo uno, lo
atravieso en una estaca y lo acerco a la lava, y si no se ha desintegrado me lo
como...
Parrilla
Como es más que probable que el chorizo se haya
desintegrado, termino haciendo una barbacoa en la playa y luego toca bailar un
hula, que siempre vendrá muy bien para bajar los chorizos que se salvaron de la
lava.
Señoras bailando
Empieza a sonar la musiquita...
Caballero de Hawaii con ukelele
De pronto desperté: es mi madre que llama a la puerta
para que me despierte, que ya son horas. Menudo leñazo.
Me ha solicitado en el Facebook un primo al que no veo
hace más de cuarenta años. ¿Qué querrá? Además, es contacto de mi madrastra,
razón añadida para no fiarse, y tiene otros contactos de los que no sé nada
desde hace... ¡pufff!
¿Por qué me ha solicitado a mí la última? Claro, que
también podía haberlo hecho yo, pero esos contactos tan "espaciales"
que tiene no me gustan, y cuando solicité a su hermano éste me ignoró.
Ya sé que esteréis pensando que es libre de ir con quién
le dé la gana, pero yo también, y tengo el derecho de hacerme valer, a nadie le
gusta que se acuerden de uno el último. Cuando eso ocurre suele ser por
interés, porque anda que mis hermanos y yo no nos pasábamos el día metidos en
su casa cuando éramos niños.
Vaya, ahora veo que me ha solicitado mi madrastra...
Ayer me ocurrió algo que para mí es inaudito: me quedé
sin batería en el móvil. No es que se acabe el mundo por eso pero, cuando estás
en el paro (aunque yo prefiero decir sin un trabajo remunerado) algo así es
todo un drama porque la llamada mágica se puede producir en cualquier momento.
El camino de vuelta a casa se me hizo eterno, como si por
preocuparme fuera a llegar antes. Tardé cuarenta minutos que me parecieron
cuarenta años y, cuando por fin llegué a casa y enchufé el teléfono… nada.
Ni siquiera encendí el ordenador. Cené ligero y a dormir.
Solo espero que hoy sea mejor día.
El pasado día 11 de mayo, mi madre fue hospitalizada en
el Hospital La Paz de Madrid para ser intervenida en un hombro que se fracturó
por una caída en la calle. En una operación que duró unas cuatro horas, los
cirujanos que la atendieron le reconstruyeron el hombro y le pusieron una
prótesis de titanio y plástico.
Pero no solo el personal del quirófano tuvo un trabajo
impecable. Desde el primer momento, todo el personal sanitario, desde celadores
hasta médicos, pasando por enfermeros, auxiliares y administrativos, se volcó
con mi madre y con los otros muchos enfermos que estaban en la misma planta.
Cinco días tardó mi madre en dejar la habitación 202 y su
recuperación promete, y todo gracias al trabajo de profesionales que dan todo y
que, mayormente, no ven reconocido su trabajo. Profesionales de la Sanidad
Pública, la que se quieren cargar.
A veces la vida da giros inesperados que son una extraña
burla del destino. Me había propuesto no encontrarme con determinadas personas
hasta que no pudiera decirles algo especial… y así ha sido.
Toni
Hace unos días me puse a curiosear en el Facebook
mientras me tomaba un café después de comer, y me quedé helada cuando vi una
foto de mi amigo Toni y debajo un “hasta siempre, amigo”. Y una foto de sus
manos, y un vídeo en el que sale tocando un piano, que era lo suyo.
Las manos de Toni
No me lo podía creer, debía tratarse de un error. Hice un
par de llamadas hasta que di con alguien que me dijo que Toni se fue de
repente, sin sufrir, sin meter ruido, como era él.
Sarah Hill, Antonio García Flores y yo
Antonio García Flores, “Toni Flowers”, trabajó con
artistas como Alejandro Sanz o Fran Perea, aunque yo tuve el honor de conocerle
como teclista de Los Hobbies y del grupo Cadillac. Pero nunca presumía, nunca
hacía alarde de una gloria que también era suya. En el siguiente vídeo le vemos acompañando al grupo Cadillac.
Músico excepcional, era de los pocos pianistas a los que
he visto hacer con las teclas lo que la daba la gana, y lo hacía bien. El rato
antes de cada actuación le gustaba “hacer dedos” para ofrecer su mejor trabajo,
que siempre era bueno. Y si era un gran músico, era mejor persona. Nunca dejaba
de alegrarse de los éxitos de los demás y nunca dejaba de tener una palabra de
ánimo si las cosas iban mal, siempre con una sonrisa en su rostro, siempre
amigo.
Y el día de su despedida quise decir ese algo especial,
pero no encontraba las palabras para describir a una persona que ha dejado el
listón demasiado alto. Nos hemos quedado huérfanos, se nos fue alguien con el
corazón demasiado grande. Solo espero que Dios, que tanta prisa se ha dado en
quitárnoslo que, al menos, le dé el mejor sitio en el Cielo. Toni, te queremos. Nota: las fotos y los vídeos que figuran en este post son
cortesía de José María Guzmán, Eduardo Ramírez y Yolanda Pérez.
En fin, el trabajo al que opté semanas atrás se lo dieron
a otra persona y, por primera vez en mucho tiempo, fue una asignación justa,
aunque claro, me hubiera gustado que contaran también conmigo.
Sigo la búsqueda de empleo. Las ofertas se repiten día tras
día, semana tras semana… No salen cosas nuevas. Suena una llamada: me ofrecen
un trabajo de un día para sustituir a una chica que se toma unas vacaciones
aprovechando un puente. Ese día luego serán tres por motivos familiares de esa
persona.
Esos tres días me están sirviendo para refrescar aspectos
importantes de mi experiencia de cara a trabajar en una oficina, y también, por
qué no decirlo, pulir aspectos en los que estoy verde, y no porque algo se me
dé rematadamente mal, sino porque al no haber trabajo una se oxida.
Pero, por el hecho de insistir en que son tres días, no
quiero que parezca que hay por mi parte sarcasmo de algún tipo. Antes bien, hay
gratitud porque he tenido la suerte de ir a parar a un sitio con buen ambiente
y al que no se tarda mucho en llegar.
Si insisto en que son tres días es porque,
desgraciadamente, no falta quien no se da cuenta que, el que sean pocos días de
trabajo remunerado, forma parte de la realidad de aquellos cuya ocupación consiste en
buscar trabajo de manera gratuita. Y si, ni siquiera te dan esos tres días, lo más probable es que
te digan “¿tú estás buscando?”
Ya sé que tengo abandonado este blog. En realidad no es
así, sino que escribo muchas cosas que al final no me decido a publicar porque
no se puede decir todo lo que se piensa.
Llevo dos meses que han sido algo diferentes a los
anteriores porque he tenido que ayudar a mi madre a hacer unas gestiones que
nos han llevado a las dos de un lado para otro. Si no fuera por eso, mis días
hubieran sido todos iguales a los meses anteriores. Pero el jueves, algo
cambió.
Nada más pasar el control de seguridad de un destartalado
edificio, me sonó el teléfono. Pensé que sería mi madre para pedirme que
llevara el pan para comer, pero me llamaban para una oferta de empleo.
Después de la sorpresa inicial, analicé la situación. De
momento, solo era una entrevista, aún no era una oferta en firme, pero la
perspectiva de las cosas ya era algo diferente. Una entrevista que podía ser el
principio de un cambio en mi vida.
Pero no pude evitar pensar en la otra cara de la moneda.
En milésimas de segundos, me acordé de mucha gente. Me acordé de todos esos que
me dieron la espalda y me dejaron esperando una llamada que nunca se produjo o
un email que nunca llegó. Esos fueron los primeros en hacer leña del árbol
caído porque siempre resulta más cómodo que derrumbar el árbol cuando está
agarrado a la tierra. Una forma de sentirse fuertes cuando, en realidad, no lo
son.
La entrevista tuvo lugar el viernes y, si no me vuelven a
llamar, nada pierdo porque nada tengo. Si lo consigo supongo que me saldrán
amigos donde no los tenía, primos que no sabía que existían y personas que en
su momento se tomaron la libertad de decirme lo que tenía que hacer con mi vida,
cuando en las suyas había mucho más que arreglar… Esos serán los primeros que
se pondrán para la foto, justo después de hacer un lavado rápido a sus
conciencias.
Yo sé que, ante la posibilidad de un trabajo, quizás debería
estar pegando botes de alegría, pero no es así. Quizás debería terminar estas
líneas con una frase grandilocuente pero no me sale. Solo se me ocurre decir
una cosa: tristeza.
No sé cuánto tiempo he estado fuera de combate por la
gripe. Me han dolido los oídos, la garganta y la nariz me la he dejado en los
pañuelos de papel. Ya no hablo de los dolores musculares y de que me ha costado
entender lo que he leído, si no me he dormido antes.
Todo empezó hace unas dos semanas, cuando fui con el
portátil a un local con wifi. Fue fulminante. De pronto, sentí como que me
derretía, bajé la tapa del portátil sin apagarlo y me fui.
Estaba lloviendo y
eso empeoró las cosas, no podía esperar a que escampara y a la lluvia no le
daba la gana de irse.
Fui rápida y al día siguiente acudí a la farmacia a
comprarme alguna medicina mágica que me hiciera sentirme mejor. Y así ha sido,
pero al precio de andar dormida no solo en las noches y de haber fastidiado mi
plan de cine porque, a ver, con lo que cuesta la entrada no era cosa de
quedarse dormida en la butaca.
Me siento mejor, y hoy he vuelto al lugar del crimen a disfrutar de un café mientras leo un par de
cosas para poner en marcha otra vez los otros blogs.
Todavía toso algo y sigo un poco gili, pero me encuentro
bien (por si acaso lo digo bajito). Hoy me recogeré pronto. Buenas noches.
Tengo que confesar que llevo arrastrando una frustración
desde la más tierna infancia: nunca me ha tocado la sorpresa del roscón.
Siempre le toca a otro, si es un adorno de mujer, a un hombre; si es un
trenecito, a una mujer. Casi siempre le toca a mi madre.
Un año llevé mi desesperación a tal extremo que decidí
comprarme un roscón para mí sola, de esa manera, la sorpresa me tocaba sí o sí.
Y era de los grandes porque, en aquel entonces, te decían en la tienda que el
pequeño no llevaba sorpresa (seguro que era para vender uno más caro).
Me comí el roscón sin prisa pero sin pausa, y conseguí
ventilarlo en dos días. Cuando solo me quedaban dos trozos, el mío y el mío, y
la sorpresa no había salido aún, llegó mi madre y me dice “uy, qué rico”. ¿Cómo
le iba a decir que no?
No recuerdo que aquel estúpido roscón llevara haba, pero
sí una sorpresa como la que le tocó hoy a mi madre, una gnoma de los bosques.
El haba del roscón de hoy me ha tocado a mí, igual que otras veces.