viernes, 23 de agosto de 2013

Cuando ves que las cosas no avanzan

Nunca creí que la falta de trabajo me llevaría a tener un estrés y un cansancio tan horribles. Cierto que ahora tengo más tiempo para hacer lo que me gusta, pero no me pagan por eso. Dentro de poco será difícil pagar el abono transporte y tendré que ir a pie a muchos sitios que no están tan cerca, y no es lo mismo caminar porque quieres, que hacerlo porque no hay otra: tocará calcular en qué ocasiones puedo picar el billete de 10 viajes. Y si salgo ni siquiera es por diversión sino porque no se me caiga el mundo encima: toca mirar escaparates (el que diga que se conforma con mirar, miente).

El caso es que no he caído aún en la desesperación total, quizás porque sé que ni me va a faltar un techo ni la comida, pero me gusta hacer frente, yo misma, a mis responsabilidades que, aunque pocas, angustian lo suyo cuando ves que las cosas no avanzan, en todo caso van hacia atrás, y llegan al punto de hacer que me sienta la persona más inútil del mundo. Me gustaría ser más optimista, pero no sé cómo. Quizás cuando pase el calor veo las cosas de otro color, ojalá…

miércoles, 14 de agosto de 2013

Sólo una llamada

Hace poco una persona me dijo que podía escribir a modo de terapia, siempre sería un desahogo cuando hay algo que me entristece o me preocupa, y últimamente es mucho (a quién no le ocurre en estos tiempos). En seguida pensé que para eso tengo el blog; lo malo es cuando empiezan a leerme personas que me conocen personalmente, entonces tengo que tener más cuidado con lo que pongo y cómo lo hago, aunque debería darme igual.

Hace algún tiempo yo tenía una amiga que vivía fuera de Madrid, y cada vez que venía, los amigos de aquí nos pasábamos la voz para quedar con ella para unas copas. No todos a la vez, porque los amigos de esta chica éramos de grupos muy diferentes entre sí, pero de vez en cuando conseguía encontrarme con ella, y nos poníamos al día. Un día empezó a ir en plan de “sí, quedamos” y luego me dejaba colgada, y ni siquiera llamaba para decir que se cancelaba el plan. Y le daba lo mismo que yo estuviera preocupada porque estaba a dos semanas de quedarme sin trabajo, a tres de un examen o a una semana de mi cumpleaños. Más adelante supe que esta pauta de conducta la seguía con más personas, lo cual, por una parte, fue un consuelo, porque había empezado a pensar que yo era un bicho raro, pero, por otra, no me gustaba que me dejaran en la estacada: los demás amigos no sé si seguirán siéndolo, pero yo me harté y la borré del Facebook, a ella y a nueve contactos comunes, para evitar en la medida de lo posible saber de esta persona y no sufrir porque veía que sí contaba con otros amigos, y conmigo no.

Por increíble que parezca, la historia se repite. La semana pasada vino a Madrid una persona a la que conozco de muchos años, vino con su familia y el día que estuvimos comiendo juntos me dijeron que quedaríamos para salir otro día. No sabía si creérmelo, porque últimamente me he llevado muchas desilusiones, pero no me despegué del móvil en tres días, hasta que llegó un sms diciendo que ya se habían marchado. En otro momento dieron una explicación, pero ¿tanto costaba hacer una llamada para decir que ha habido un cambio de planes y no que me dejan esperando? Os estaréis preguntando que porqué no llamé yo, muy sencillo: el miedo a que me dijeran que ya no había plan y que siempre hay una alternativa mejor que yo. Pero yo también tengo mejores alternativas.

lunes, 12 de agosto de 2013

Nada

Es domingo por la tarde, con la sensación de eternidad propia de ese día de la semana. Pero además es agosto, lo que hace el día más largo, si cabe. Laaargo y tremendamente aburrido. La tele no me motiva y, de hecho, ponerla en marcha supone estar más amuermado por el calor que desprende el aparato. Tampoco me animo a encender el ordenador, también da mucho calor y no encuentro ofertas de trabajo, ni nada que me llame la atención especialmente. Por más que cuento los días que faltan para que termine el mes de agosto, éste no va a terminar antes, y no consigo eliminar la sensación de que no avanzan las cosas. Me pregunto si cuando Carmen Laforet escribió Nada en 1944, si tendría tanto calor como el que siento estos días, y si las cosas estarían tan difíciles como ahora. No he leído la novela, pero debe ser angustiosa.

jueves, 1 de agosto de 2013

Agosto

Apenas quedan unas horas para que termine julio y empiece agosto, los dos meses por excelencia para vacaciones… Para el que pueda tomárselas, claro.


Recuerdo que, de niños, mi abuela les dejaba a mis padres una casa en San Lorenzo del Escorial al pie del monte Abantos (ese que se quemó hace años). Íbamos en agosto, que era cuando a mi padre le daban las vacaciones en el curro. Nos pasábamos el verano yendo a pasear a la lonja del Monasterio. Por el camino, parábamos en una heladería y nos comprábamos una horchata.


Si había suerte, de vez en cuando caía un chaparrón de esos que te invitaban a quedarte en casa a jugar a las cartas, o a hacer un campeonato de comedores de pipas.


Han pasado casi cuarenta años y las cosas han cambiado. Ahora me da miedo irme de vacaciones por si me llaman para un trabajo y me pilla fuera de Madrid… Es que ni siquiera puedo irme: ya sufro para pagarme la tarjeta de transporte (y sólo es para Madrid ciudad), así que para irme fuera unos días no quiero ni pensar lo que sufriría. Las vacaciones las toma cada uno por su lado: en vez de ir al Monasterio me voy a cualquier centro comercial a tomarme un refresco de oferta y, como ya no llueve, me tengo que llevar una botella para tirarme agua encima de vez en cuando y que no me dé un jamacuco, por no hablar de un golpe de calor.



Bueno, y comer pipas me lo ha prohibido el dentista; no queda otra. Cuento los días para que llegue el otoño. Sí, me gusta el frío. ¿Pasa algo?