domingo, 23 de diciembre de 2012

Feliz Navidad... supongo


Con los tiempos que corren, a mi manera tengo suerte. Ahora mismo tengo trabajo, que sabe Dios hasta cuándo, pero tengo. También tengo un techo, y el día de Nochebuena tendré una cena caliente. No paro de ir de un sitio para otro ultimando las compras, mirando las luces, eligiendo regalos… lo propio de esta época. Más que celebrar el nacimiento de Cristo, parece que nos preparamos para el fin del mundo, eso que fue hace dos días…



Y es que los mayas (grupo de pueblos indígenas asentados entre México, Guatemala y Honduras, que yo sepa), andaban un poco desorientados (o se les acabó la piedra). Lo que hacemos estos días es un ritual que repetimos todos los años, con la emoción (aunque sería más propio decir tensión) de siempre y con el ansia que tendríamos si fuera la última vez, pero no, tenemos fin del mundo todos los años.



Aún así, siempre se encuentra un hueco (si se pone voluntad) para tomar un café con algún amigo, para pasar a saludar a alguien en su taller de costura, dar un abrazo a la chica de la tienda de chuches o para felicitar las fiestas al conductor del autobús con el que coincides siempre. Picas el billete, saludas al conductor y le dices “Feliz Navidad”. Y pone cara de “con eso no contaba yo”. ¿Por qué se sorprende si debería ser lo propio, en vez de ver pasar a tanta gente con la histeria por ir a comprar lo más caro, a pesar de la crisis? ¡Que se puede vivir sin todo eso!


Un Feliz Navidad no cuesta nada y tiene mucho valor. Yo que soy creyente (y no sé porqué pues a veces las cosas son muy complicadas), me sorprendo a mí misma felicitando las Fiestas a alguien y ellos se sorprenden también; no me extraña. Seguro que otro alguien le comprará un regalo caro, quedará como un rey pero no tendrá tiempo de tomarse una cerveza ni nada con esa persona.


Creo que si sigo me voy a cabrear. Ponerse a hablar de ciertas cosas en estas fechas es como meterse en un pin-ball, pasas de un tema a otro y la bolita termina saliendo a saber por dónde, pero casi siempre por el mismo sitio. Yo ahora iré a comprarme un cava que he visto de color rosado y que tiene buen precio; un día es un día, y no voy a tomar la cena de mañana con agua. Ahora que lo pienso, Santa Claus no tendrá problemas con las huelgas de transportes… Feliz Navidad.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Cuando ruge la marabunta


Con el pleno convencimiento de que tengo que apuntalar mi inglés como sea, hoy fuí a una céntrica librería de Madrid, una de esas librerías en las que encuentras de todo. Podría coger uno de los muchos cursos on-line que hay, pero ya paso demasiado tiempo delante de la pantalla del ordenador y mis ojos se resienten. Qué os voy a decir, si normalmente aquello está repleto de gente, en estas fechas está intransitable. No había por donde ir, no podía elegir el camino a seguir; tenía que dejarme llevar por la corriente de agobiantes ríos de gente que me hacían sentir como Charlton Heston cuando se enfrentó a la marabunta.

Charlton Heston y la marabunta ¿o está de compras en el Centro de Madrid?

Entré en el establecimiento, miré las gramáticas de inglés y llegué a la conclusión que tendría que apañarme con un curso on-line gratuito porque los libros tenían un precio inasequible. Decepcionada, pero no sorprendida, decidí buscar algún local con wifi para conectarme con mi netbook y actualizar el anti-virus mientras me tomaba un café. Tampoco fue posible: todo estaba hasta los topes; familias con niños incontrolables, adolescentes que hablaban a gritos de su primera cita o, simplemente, gente que deambulaba sin rumbo fijo por los escasos pasillos libres que había entre todo aquel gentío.

Marabunta: migración masiva de hormigas legionarias que devoran a su paso todo lo comestible que encuentran.
Otra marabunta... Pero ¿qué hace toda esta gente en la calle? ¿No dicen que hay crisis?

Decidí regresar a casa, sin gramática de inglés, sin haber actualizado el anti-virus y con un dolor de cabeza sutil pero constante. Fui a coger mi autobús habitual, pensando conectarme al wifi del bus, pero la cola para subir tenía un largo igual a dos veces el largo del autobús. No quedaba otra que volver a casa en otra línea, una que tarda mucho más y que no impidió que tuviera que coger un autobús más. Y yo ya tenía hambre, como las hormigas…