viernes, 25 de marzo de 2011

Iara

Iara

Ni el terremoto de Japón, ni el bombardeo de Libia impiden que, por fin, pueda dar una buena noticia. Esta belleza de la foto es Iara (i latina, a, erre, a), que nació en Madrid el 15 de marzo a eso de las 11 y media de la noche. La verdad es que la niña se hizo de rogar, la fecha prevista para el parto se retrasó varias veces, pero finalmente todo salió bien: parto natural sin más ayuda que la epidural (vaya, me ha salido un pareado). Iara tiene los ojos de su mamá y los mofletes de su papá, y parece que más o menos les deja dormir… de día, pues Iara tiene la costumbre de reclamar su comida de noche. No es porque sea hija de mis amigos Milton y Zulay, pero la niña es preciosa.

Iara viene al mundo en un momento de incertidumbre económica, pero nunca le faltará de comer ni una buena educación porque sus papás, que tuvieron que emigrar a nuestro país, no paran de trabajar. Y tiene mucha gente que la quiere, porque Iara (“la que es una señora”) ha dado esperanza a mucha gente, como si tuviera la ocasión de evitar nuestros errores y de mejorar nuestros aciertos, y eso es bueno para todos.

Como me ha hecho notar mi amiga Carmen, si añadimos una G al nombre de la niña el resultado es Guiara: ojalá que la ilusión que nos inspira Iara nos guíe a un mundo mejor que el que ella se ha encontrado. Iara, te queremos.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El valor de los recuerdos

Estoy muy desanimada. Las cosas no terminan de salir como quiero: no acabo de hacerme con el trabajo (la competencia es feroz, por decirlo finamente). A eso tengo que añadir que, por la crisis, seguramente me tengo que cambiar de piso, dejar el sitio que ha sido mi hogar durante cinco años. Es contradictorio, creo que voy a estar más cómoda en el nuevo sitio, pero dejo muchos recuerdos atrás, recuerdos que a veces son lo que le mantiene a uno con vida. Lo primero en lo que pienso es que me dejo a mi perrito aquí dentro, porque tengo asociado su recuerdo a las paredes de esta casa, y yo no quiero abandonar a mi perro. También tengo recuerdos buenos: Jose y Carmen estuvieron conmigo en el salón de mi casa cuando la Gran Final de Sudáfrica, y cuando acabó el partido, los vecinos salimos al rellano a abrazarnos. Y qué decir del fútbol nacional: Jose, que vive en la casa de al lado, es merengue y yo colchonera. Nos hemos pasado años aporreando el tabique en común: él cuando ganaba el Madrid y yo cuando perdía. ¿Y las cenas con los amigos perpetuadas con fotos horribles? Bueno, y cuando venían a casa los amigos que hice en el barrio a ver la TV… Ahora todo eso se perderá, porque siempre se dice “nos llamamos” y siempre hay alguien que no lo hace. Mierda de dinero.