jueves, 31 de diciembre de 2020

Hasta nunca 2020, bienvenido 2021

Creo que si hay un año que no voy a echar de menos va a ser este 2020. Ni yo ni millones de personas más en la Tierra. No puedo presumir de haber tenido demasiada suerte, así que cuando la pandemia dio al traste con posibilidades de mejora en muchas cosas sentí que mi vida se paraba y entraba en un bucle. 

Peor están otras personas: las que van a las colas del hambre, las que pierden su casa porque no tienen para pagar, las que están solas. Estar solo no cuesta dinero, pero es muy duro. Yo creo que la gente que está sola es la que más habla en las paradas del autobús con personas que ni siquiera conoce. Ahora ni eso, y es normal, hasta con mascarilla puede ser peligroso hablar con un desconocido. 

Hace cosa de un año fui a la peluquería a teñirme de pelirroja, me pareció que me alegraría la cara y con ello mejoraría mi imagen. Como llegué antes de tiempo, entré en una cafetería donde solían poner música italiana (digo solían porque las circunstancias les han llevado a cerrar, esperan que temporalmente, como mucho otros negocios). Mientras me tomaba un café y un bollo, sonaban Adriano Celentano, Rita Pavone y Domenico Modugno entre otros. A mi lado había una señora a la que no conocía de nada, y que esbozó una sonrisa en cuanto se oyó “Penso che un sogno così non ritorni mai più…”. Nos miramos y nos pusimos a cantar, inventándonos la letra donde no la sabíamos, y cantando más fuerte donde sí. 

Ahora solo espero que este nuevo año, que apenas si empieza en menos de dos horas, termine con todas esas cosas malas y nos haga recuperar todas esas pequeñas cosas que tanto añoramos, y que nos hacían felices aunque no nos diéramos cuenta. 

Hasta nunca 2020, bienvenido 2021.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Imbéciles

No sé cómo vamos a salir de esta. Hoy tuve que comer en un restaurante de comida rápida. Iba al médico por la mañana y luego por la tarde. Todo bien. Pero no tenía tiempo de volver a casa, por eso comí fuera.

Me senté al aire libre y, mientras comía, noté humo de tabaco (¿no estaba prohibido?). Me di cuenta que era un estudiante de instituto, que le echaba el humo a una chica guapa, que no encontró a nadie mejor para ligar. Guapa y descerebrada, porque al recibir el humo, se expone al cáncer y a la covid. Él un chulo, por decir algo fino; ella tiene un cerebro inversamente proporcional al tamaño de su belleza, porque no se da cuenta que el virus no distingue guapos de feos (igual sí, no paraba de quitarse la mascarilla para hablar). No era para tanto.

Con las dos perlas de antes, había otra joya, que estaba venga a consolar a una tipa dándole besitos y haciéndole arrumacos. La consolada debió sacar un cero en algún examen, por lo menos, para permitir semejante conducta.

En fin, esta gente es el futuro de nuestras pensiones. Y si siguen así, no van a ser el futuro de nada. Menudo atajo de imbéciles.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Invisible


Estoy triste porque siento que ciertas personas no me valoran como me gustaría, y no me atrevo a decir como debieran. Hay personas que nos creamos ciertas expectativas, y luego no sabemos pensar si es por culpa nuestra o porque hemos dado con un capullo o capulla que ha jugado con nosotros: el resultado es que nos sentimos invisibles. Lo peor de esto es que esa gente nos impide valorar como se merece a gente buena que se conoce de cuando en cuando.

Un día alguien me dice “te tengo que contar una cosa”, y lo que me dice me hace ver que me valora lo suficiente como para contármelo. Otro día, alguien me dice “te quiero contar algo porque me das confianza”. Y aunque parezca una tontería, también está quien me envía fotos de los postres que se toma… Cuando ocurren estas cosas me siento importante, mi mundo crece y siento que encuentro mi espacio en esta mierda de época que nos ha tocado vivir. Pero soy como soy, y jamás entenderé porqué esas otras personas creen que soy invisible. No pido la Luna, pero tampoco que me suelten a Júpiter en la cabeza. Hay veces que no sé qué pensar, no lo sé. Bueno, sí: a ver cuándo se acaba esta mierda de pandemia.

jueves, 23 de julio de 2020

Colaboradores

Tengo el extraño convencimiento de que no me va a faltar nada en el futuro, aunque no sé en qué me baso porque mi vida está en punto que no va hacia ningún sitio.

Intento aprovechar el tiempo estudiando, leyendo, en una palabra, formándome para estar a la altura cuando encuentre un trabajo. Llegará. Lo que no ayuda es oír los sueldos de gente que sale por televisión. Hay uno al que le pagan tal barbaridad que tendría que trabajar diez años para ganar lo que esa persona gana en un día. Se trata de un futbolista. Supongo que el asunto mueve mucho dinero: patrocinadores, publicidad, y un largo etcétera de cosas.

Por lo menos ese hombre hace un trabajo, pero esos “colaboradores” a los que se les paga, por ejemplo, 500.000 al año… Aquí sí me niego a calcular cuánto tiempo tendría que trabajar para ganar eso. Es desalentador, mucho, ver todas las pegas que tenemos las personas corrientes para tener un trabajo, ya no hablo siquiera de algo para lo que hemos estudiado, mientras que a otros se lo dan sin pedirlo.

Voy a encender el aire acondicionado, porque buscar trabajo con el calor que da el portátil es muy chungo. Estoy muy desalentada, no sé cuándo voy a volver a trabajar, pero tengo que seguir buscando. A ver si ya no me sale eso de “esta oferta ya no está disponible”.

viernes, 3 de julio de 2020

Palos en las ruedas


Hace ya varios días que quedó atrás el estado de alarma, que ha durado 99 días. Parece que por fin estamos empezando a salir de una situación difícil, pero no sé cómo porque hay quien se pasa las normas por el forro: los que no llevan la mascarilla ni en el codo, los que van fumando y su nube ocupa todo el ancho de la acera, los “hola, mua y mua”. Si no eran para tanto…

Luego está que no entiendo que prevalezcan os temas económicos sobre los humanos. ¿Cuál es la solución? No lo sé, los dos son temas importantes, y seguramente no habrá algo que sea a gusto de todos. Seguro que lo más adecuado se sabe a posteriori, eso siempre. Como dijo alguien “es muy fácil prever el futuro cuando ya ha pasado”.

Y luego está el tema de los entendidos, ¿quién no ha recibido por WhatsApp un mensaje con cualquier tipo de consejo, y que no cita las fuentes? Ahora están los que se oponen a las mascarillas, al distanciamiento social, a saludarse con el codo y a la desinfección sistemática. ¿Se puede ser más bestia? Me olvidaba, estos también se oponen a la vacuna (a esa y a todas).

Sé que si no puedo aportar una solución constructiva mejor callada que “poner palos en las ruedas”. Esta frase tampoco es mía, pero viene “ad hoc”. Solo espero que no tarde en llegar el momento en que los palos ayuden a caminar y no a impedir que las ruedas se muevan.

miércoles, 15 de abril de 2020

Silencio

Ya son las 2:18 de la madrugada y debería ir a dormir pero necesito disfrutar del silencio de la noche. Tic-tac, tic-tac. Empiezo a notar el frío… Me visto mi viejo abrigo verde, el que está forrado de borreguillo por dentro. Luego la capucha. Lástima que no sea más largo. Me envuelvo en el edredón y con todo me acurruco en el sofá. Qué paz.

Sí, ya sé que con la que está cayendo mucho ruido no hay, pero la paz que da la noche es diferente. Y pienso en todo lo que no ha pasado en el día. En la tarde hubiera ido al súper a comprar pizza y refresco de naranja. O hubiera ido a tomar un helado cerca del Retiro. O hubiera esperado una llamada que nunca se hace. Ah, no, ese es un plan para sábado y resulta que ayer ha sido martes. Si es que he perdido la cuenta de los días que llevamos encerrados, y no sé el día en el que vivo. Sencillamente, no los cuento. Cuando toque salir, saldré.

No veo la hora, no soy la única. Supongo que unos lo llevan mejor y otros peor, como cuando alguien llama a mi móvil y resulta que quieren hablar con otra persona. ¿Por qué no llaman al teléfono de la otra persona? ¿Por egoísmo? ¿Por fastidiar? ¿Por hacerme notar que les importo una mierda? Que yo también sé responder con el silencio.

Dicen que una situación como la que estamos viviendo nos está haciendo mejores personas. En mi caso, me está haciendo una persona con mejor memoria, quizás demasiada.

miércoles, 1 de abril de 2020

Del covid y otros asuntos


En la vida me imaginé que viviría una situación como la que está viviendo un tercio de la Humanidad: estar encerrada, sin salir de casa, para combatir a un enemigo invisible, el coronavirus o covid-19.

Cuando empezó a hablarse de quedarse encerrados hice un esquema mental sobre cómo afrontar las siguientes semanas. Tenía cosas en casa pero faltaban otras; me puse a hacer una lista con mi madre y me puse a llorar: me asustaba ir a la compra. En el súper había una fila con 75 personas delante de mí, 76 si contamos con la jeta que se coló, y a la que nadie dijo nada por no acercarse. Una vez dentro del local, hice un rally más que una compra. Seguí la lista a rajatabla, y sobre la marcha tuve que cambiar alguna cosa porque el carrito empezaba a pesarme y yo tampoco soy una persona fuerte. Me di toda la prisa que pude en irme de ahí: no había desabastecimiento gracias al esfuerzo de los trabajadores del súper, pero el ambiente era triste, sin el bullicio habitual. Llegué a casa y hasta las 22.00 estuve desinfectando todo lo que había comprado para colocarlo después en el sitio correspondiente. Cinco horas de no parar: al día siguiente tenía agujetas.

Ya con la tranquilidad que da haber comprado lo necesario, tuve más tiempo para pensar: maaaaalo. Llegué al momento en que te acuerdas de una persona, de la otra y luego de la otra, y los buscas a todos en las redes sociales. Para qué, estabas mejor antes: has descubierto que hay gente que no es como pensabas, y te llevas una desilusión más. También te la llevabas antes, pero ahora no puedes salir corriendo a comprar chocolate ni a caminar hasta que se te pase el cabreo. Seguro que yo tampoco soy como pensaban esas personas pero me da igual. Me da igual. También he borrado a gente del Facebook, me he salido de varios grupos de conversación de WhatsApp y he bloqueado a varios idiotas. Necesitaba desahogarme.

No está resultando fácil, pero ya estamos en el ecuador de la cuarentena. Y ayer y hoy he hablado con varias personas que para mí han sido un descubrimiento: piensan como yo, o al menos me entienden cuando les digo mi teoría sobre lo que está pasando. Me siento mejor. Necesitaba contrarrestar eso de entrar en las redes sociales y ver mensajes de odio y consejos estúpidos de gente que sabe más que nadie. Espero no perder el contacto con esas personas, me han demostrado ser maravillosas. Contarnos nuestras preocupaciones, y lo que vamos a hacer cuando se acabe todo esto, me hizo recordar los tiempos en que quedaba con los colegas del instituto y nos pasábamos horas con una cerveza hasta que se ponía caliente.

Y no quiero olvidar a los muchos ángeles que velan por nosotros: personal sanitario, empleados de supermercados, farmacéuticos, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, transportistas, agricultores… Gracias a todos vosotros que nos hacéis las cosas más fáciles. Sois unos héroes.

martes, 3 de marzo de 2020

Ernesto Cardenal


Andaba yo anoche trasteando unas líneas cuando me enteré de la muerte del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. No creí yo que el fallecimiento de alguien así me diera tanta pena pero me dio, quizás porque tuve la suerte de conocerle allá por junio de 2002, en una conferencia en la Casa de América de Madrid. Estaba muy contenta, porque nunca me había imaginado que llegaría a sentarme tan cerca de alguien así. Tampoco me imaginé que al final de esa conferencia tendría ocasión de aproximarme a D. Ernesto y estrechar su mano. Estaba tan emocionada que, el hombre empezó a mirarme asustado, como si pensara cuando iba a recuperar su mano. Era una especie de Ché Guevara con el pelo blanco y con la poesía como arma.

El recuerdo más recurrente que todos tenemos de Ernesto Cardenal es aquella imagen en la que el equipo de gobierno revolucionario sandinista recibió a Juan Pablo II en el Aeropuerto Internacional de Managua durante su visita en marzo de 1983. Entre los miembros de ese gobierno estaba el poeta, entonces ministro de Cultura y representante destacado de la teología de la liberación. El papa no aprobaba la implicación política de Cardenal, y la imagen del papa echándole la bronca al poeta dio la vuelta al mundo, pero sirvió de muy poco porque, un año después, Juan Pablo II lo suspendió “a divinis”, o lo que es lo mismo, Ernesto Cardenal no podía ejercer como sacerdote. Hubo que esperar a 2019 para que esa suspensión quedara revocada por otro papa, Francisco. Pero todo hay que decirlo: hacía tiempo que Cardenal había hablado ya de “la revolución perdida”.

Y recordé cómo supe del poeta. Cuando era adolescente y todavía existía Galerías Preciados yo solía pasear por la sección de regalos cursis que nos suelen gustar a esa edad. Había uno que me llamó la atención por su forma de destacar sobre un montón de cosas a las que ahora no encontraría sentido; era un sencillo paño de fieltro blanco con una varilla para colgar de la pared, y una poesía:

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Versos así dan sentido a la vida, necesitamos más poesía. Hasta siempre, D. Ernesto.

Ernesto Cardenal. Fotografía obtenida de la web de Radio Galilea (radiogalilea.com.ar)

domingo, 26 de enero de 2020

Las cosas mal hechas

El pasado 24 de diciembre mi padre falleció a los 96 años de edad. La gente se sorprenderá si digo que fue casi una sorpresa, pero es que en su familia son tremendamente longevos y él estaba fuerte como un roble… hasta octubre, en que su mujer (no es mi madre) le dio una patada en el culo y mi hermano Manuel lo acogió en su casa, a más de 300 km. Nace en Lima, vive en Madrid cuarenta años, tres meses en Zaragoza y después de unos días muere en Navarra: mira que ha dado vueltas.

Manuel y su mujer lo atendieron estupendamente. Le dieron de comer bien, se preocupaban por darle sus medicinas y que no le faltara la atención médica adecuada y, lo más complicado, le tenían limpio. Y es que mi padre sintió de golpe una situación que no figuraba en su plan de vida, y lo acusó con su vientre.

No siempre ocurre, pero no faltó gente buena que les ayudó, y no solo con consejos bienintencionados sino también metiéndose en la bañera con mi hermano para sostener a un hombre que asemejaba ser un bloque de mármol que no había por dónde agarrar.

Como no podía faltar, les llovieron las críticas, sobre todo de aquellos que, no solo no hacían nada sino que, además, ocasionaban problemas (lo expresaría de una forma más precisa, pero no es el lugar. O sí, pero sería ponerme a su altura).

Y estalló la guerra. Como era de esperar de una persona con poco sentido práctico, y que pensaba que nunca iba a morirse, mi padre no ha dejado las cosas bien hechas, y ahora los hijos nos estamos volviendo locos. Y está la gente que quiere ayudar y no puede, y la que puede ayudar y no quiere (estos sobran). Y también están esos que te dicen “le falta la partida de nacimiento del quinto pino” y no hay forma de hacerles entender que no conoces a nadie en el quinto pino que te la pueda pedir. Y los que no cogen el teléfono si les llamas, y los que solo llaman para tocar las bolas (estos también sobran).

Yo me había preparado para la ausencia de mi padre, pero no para toda la vorágine que ha venido después. No aguanto a los que opinan sin saber, realmente, esos no deberían opinar nunca. No aguanto a los que te ponen en el compromiso de tomar una decisión que no conviene y luego se enfadan si no les haces caso, ¿es que no pueden ir a molestar a otra persona? No aguanto a los que pretenden organizarme las cosas en un momento tan delicado como si yo no tuviera ni puta idea o me sobrara el tiempo. Que se metan en sus asuntos. Estoy harta. No veo la hora de que tanta mierda termine.

lunes, 6 de enero de 2020

2020

Bueno, Feliz 2020 y todo eso que suele decirse. Yo lo pasé en casa porque, para mí, la verdadera fiesta es al día siguiente, con el Concierto de Año Nuevo que pasan por la tele, y si salgo de fiesta por ahí, el día uno no hay quien me levante. Sí, hablo pensando en ese que transmiten desde Viena: quizás algún año consiga ir.

No me ha tocado un euro en la Lotería de Navidad, y tampoco en la del Niño (claro que en esta no juego, jajajajajaja). Pero sí acerté de lleno cuando compré un Roscón de Reyes en una conocida confitería de Madrid. Mi madre y yo íbamos a merendar a casa de una amiga suya y pensé que, al menos por esta vez, debía pensar en algo especial, ya que esta amiga hace unas rosquillas insuperables.

Tan pronto como fue posible, atacamos el roscón sin compasión. Estaba qtcgs, la nata fresquísima y la masa en su punto. Joer, qué rico: hacía años que no comía algo tan bueno. Y acompañado con un cafelito. La merienda fue inmejorable.

Llegué agotada a casa, y muy tarde, pero feliz. Lo pasé bien, comí bien y todo en buena compañía. Si el año continúa como empezó, auguro que será muy bueno.