lunes, 19 de abril de 2021

Amar no es para siempre

Uno de los pocos momentos de ocio que tengo es ver una serie de televisión de producción española. Se trata de Amar es para siempre, donde aparece un elenco de actores que se repite temporada tras otra, y otros que solo permanecen una. Es difícil tener un actor o actriz favoritos porque cada uno aporta su granito de arena a un trabajo magníficamente hecho. La serie cuenta historias de trabajo, de fama, de justicia…, y haciendo honor a su nombre, el amor. Ahora mismo están contando una historia que me ha llegado, es la que protagoniza Iñaki Miramón en el papel de Justo Quintero.

Justo es un personaje que empieza siendo un abogado con un pequeño bufete, es un hombre al que todos sus amigos quieren, pero no es afortunado en el amor de pareja: le deja su mujer, le deja su novia, pero al menos tiene éxito en el trabajo aunque este no le reporte nada de dinero.

A lo que iba. La historia que Justo está viviendo ahora habla de un romance que tiene con la madre de una compañera del bufete en el que está ahora, Cristina. Los padres de Cristina son gente de posibles, pero su madre está harta del tedio de su matrimonio. Casualmente, conoce a Justo e inician un romance. Al principio son muy felices, pero las preocupaciones económicas que están viviendo en el bufete de abogados arrastran a Justo, y la perspectiva de carencias económicas en la nueva pareja desilusionan a la madre de Cristina, que termina rompiendo la relación.

Y aquí es donde quiero llegar. ¿Me lo imagino yo o la gente tiene más éxito si tiene dinero o, por lo menos, un trabajo? Más o menos eso pensé cuando vi la situación de Justo. Entonces recordé la última vez que me quedé prendada de alguien: al principio parecía que tenía un interés sorprendente en mí, y yo me lo creí. Pero cuando me atreví a acercarme un poco más el interés se hizo humo y surgieron de la nada lo que a mí me pareció un montón de competidoras que me barrieron. No entendía lo que había pasado, ni qué tenían las demás que yo no tuviera. Solo el tiempo y la distancia me hicieron ver algo: las demás tenían un trabajo.

Han pasado cuatro años desde entonces y aún sigo preguntándome porqué la vida es tan injusta y es necesario tener un trabajo para que alguien sea considerado persona y mantenga el interés de los demás. Amar no es para siempre.