viernes, 7 de diciembre de 2012

Cuando ruge la marabunta


Con el pleno convencimiento de que tengo que apuntalar mi inglés como sea, hoy fuí a una céntrica librería de Madrid, una de esas librerías en las que encuentras de todo. Podría coger uno de los muchos cursos on-line que hay, pero ya paso demasiado tiempo delante de la pantalla del ordenador y mis ojos se resienten. Qué os voy a decir, si normalmente aquello está repleto de gente, en estas fechas está intransitable. No había por donde ir, no podía elegir el camino a seguir; tenía que dejarme llevar por la corriente de agobiantes ríos de gente que me hacían sentir como Charlton Heston cuando se enfrentó a la marabunta.

Charlton Heston y la marabunta ¿o está de compras en el Centro de Madrid?

Entré en el establecimiento, miré las gramáticas de inglés y llegué a la conclusión que tendría que apañarme con un curso on-line gratuito porque los libros tenían un precio inasequible. Decepcionada, pero no sorprendida, decidí buscar algún local con wifi para conectarme con mi netbook y actualizar el anti-virus mientras me tomaba un café. Tampoco fue posible: todo estaba hasta los topes; familias con niños incontrolables, adolescentes que hablaban a gritos de su primera cita o, simplemente, gente que deambulaba sin rumbo fijo por los escasos pasillos libres que había entre todo aquel gentío.

Marabunta: migración masiva de hormigas legionarias que devoran a su paso todo lo comestible que encuentran.
Otra marabunta... Pero ¿qué hace toda esta gente en la calle? ¿No dicen que hay crisis?

Decidí regresar a casa, sin gramática de inglés, sin haber actualizado el anti-virus y con un dolor de cabeza sutil pero constante. Fui a coger mi autobús habitual, pensando conectarme al wifi del bus, pero la cola para subir tenía un largo igual a dos veces el largo del autobús. No quedaba otra que volver a casa en otra línea, una que tarda mucho más y que no impidió que tuviera que coger un autobús más. Y yo ya tenía hambre, como las hormigas…

2 comentarios:

  1. Hubo un tiempo en que leía un libro en castellano y el siguiente en inglés; me fue de gran ayuda. Más tarde, comencé a trabajar en un sitio en el que hablaba inglés todos los días, fue determinante. Pero reconozco que mi caso es extraño: un día me levanté a los trece años y... ¡sabía hablar inglés! Mi hermana había pasado una temporada en EEUU y me dedicaba a practicar con ella, esa era la razón. Fue un verano del que tengo un grato recuerdo.

    La historia continúa pero ya me he cansado de aburrir al personal, bye!

    Saludos desde el Sur.

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  2. Tú nunca aburres, Mario. Cuenta el resto de la historia, por favor.

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