miércoles, 8 de diciembre de 2021

Llega la Navidad

Quedan dieciséis días para la Nochebuena, pero juraría que he visto cosas de Navidad desde octubre. Si solo fuera eso…

Hubo un tiempo en que aún era septiembre y no faltaba alguien que ya empezaba a organizar las reuniones de Navidad. En realidad, lo de organizar es decir algo muy suave. No se trataba de una abuelita que preguntaba quién quería ir a su casa en Nochebuena, era un sargento que decía “todos en mi casa del 24 de diciembre al 1 de enero”. Y pobre del que lo discutiera. “Es que mi madre se enfada”.

Ya no sé cuándo fue la última Navidad “normal” y no lo digo por la pandemia (¿quién podría imaginarlo?). La última Nochebuena antes del confinamiento nos reunimos cuatro personas en mi casa, era la primera vez que hacía la cena en una noche tan señalada. Cuando estábamos a la mitad de la comida me envían un WhatsApp diciendo que mi padre había muerto. A la gente le dio corte seguir comiendo (normal) y sobró casi toda la cena. He de decir que también fue la última vez que hice la cena en semejante ocasión.

Si aquella noche, las circunstancias no nos dejaron estar juntos a los que queríamos estarlo, durante la pandemia esas reuniones fueron más difíciles. Pero el que no se consuela es porque no quiere: sirvió para no ver a la gente con la que no me tomaría un café caliente ni en verano.

Lo malo es que la pandemia tampoco ha puesto las cosas fáciles para reunirme con amigos. ¿Tres veces quizás en todo ese tiempo? Con mi hermano pequeño estuve más veces pero a qué precio: lo que hubiéramos dado porque mamá no estuviera un mes en el hospital. Y cuando por fin parece que mamá y yo podemos ir a algún sitio, siempre se fastidia algo, generalmente alguna ola que sigue su curso porque no hay forma de que la gente no sé de cuenta que no vivimos una broma: coronafiestas, no me da la gana de llevar la mascarilla, no quiero vacunarme...

Necesito ver algo más que la puerta de mi casa pero estamos ya en una sexta ola, y mamá está como si no se hubiera vacunado porque está en el punto más bajo de inmunidad después de haber pasado ya el sexto ciclo de la quimio. Es mi heroína: apenas ha salido a la calle desde que empezó toda esta mierda, y casi no se ha quejado de ello (algo sí, es humana).

Y la Navidad, que debería ser una época de conciliación al final solo resulta época de peleas.

A propósito, hoy se cumplen 41 años de que John Lennon fuera asesinado. Recuerdo, como si fuera ayer, que un imbécil me informó de la tragedia como si fuera algo muy divertido, era un individuo con un humor bastante estúpido. Pero yo creí que era una broma, ¿cómo se va a morir un Beatle? Entonces mi madre llegó a casa y me pidió que le acompañara al Simago que había cerca. Cuando ya dejábamos la tienda me dice de pronto “por cierto, ¿sabes qué…?”. No le dejé terminar, “entonces es verdad, contesté”. Se me hizo un nudo en la garganta, todavía se me hace. I love you, John.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Un año y diez meses

Ya no quedan ni tres semanas para el examen que tenía que haber hecho en marzo de 2020. Lo anunciaron con tres meses de retraso sobre el tiempo previsto y, de pronto, a la m*****: se cancela el examen por la dichosa pandemia.

Ya sé lo que puede pensar mucha gente, “mejor, más tiempo para estudiar”, y por una parte sí. Por otra, yo estudio mejor sabiendo con antelación la fecha: así calculo mejor lo que debo estudiar por día. El problema surge cuando no sabes cuánta es la antelación.

Con esta prueba la preparación ha sido como un acordeón: previsto para enero (estudio a la carrera), previsto para marzo (me relajo un poco), salió la fecha para marzo (otra vez corriendo) y, de pronto, cancelado hasta nuevo aviso (parón indefinido).

Un año y diez meses de más para estudiar. A ver, que de más es un decir, pero cuando no sabes la fecha y no sabes cuándo se acaba el malestar la fecha la sientes cada vez más lejos, como si te movieran el horizonte cada vez que sales al campo.

Y un día de ya no me acuerdo cuándo sale otra vez la fecha… pero no sale dónde. Parece una broma. Supongo que estarán buscando algún sitio para hacer el examen con seguridad. Supongo no, espero. Si llego a la sala del examen y veo que nos ponen a todos aborregados soy capaz de largarme. Tengo miedo, no sé qué va a pasar.

lunes, 4 de octubre de 2021

Lealtad

Lealtad…, qué bien suena pero qué poco se usa. A lo mejor porque es un término un tanto impreciso y difícil de comprender tiende a confundirse con fidelidad. De hecho, es más fácil ser fiel que leal porque puedes estar con alguien y no mirar nunca a otra persona, pero sí ponerla a caer de un burro por teléfono, por ejemplo. Lo de la lealtad es difícil hasta para definirla.

¿Cómo te sentirías si tus amigos han salido y no te han llamado? ¿Si te pueden ayudar para conseguir un objetivo y tampoco? Llevo años queriendo ir al Parque de Atracciones, me encanta ese tipo de juerga, y la última vez que un familiar llevó a sus hijos me dice “no te llamé porque creí que te aburrirías con mis hijos”. Realmente no lo sé porque he tratado poco con ellos, pero ¿por qué dan por sentado algo sin haberme preguntado antes? Ya no hablo de los miedos pandémicos: si ahora me llaman les diría que no me subo ni a la noria ni a nada, simplemente, no voy. Haberme llamado antes.

Lo que me ha molestado ahora no tiene nada que ver con la montaña rusa o el túnel fantasma y no tiene ninguna gracia pero da miedo. No entiendo porqué esa necesidad de callarse algo para que otra persona no se beneficie. Bueno, si fuera un enemigo sí lo entendería (para que voy a mentir) pero cuando has tenido gestos de generosidad con alguien y te responden así… No se puede ser más mezquino.

domingo, 30 de mayo de 2021

Soñar, no hay otra cosa

Hace tiempo estuve hablando con una amiga y nos pusimos a soñar en voz alta. Ella sueña con una casa en propiedad, yo sueño con una casa más grande. Ella considera una casa en el campo, porque le costaría más barata y podría poner piscina. Yo, como no sé nadar, le tengo alergia al heno y al polen y, además, soy urbanita, no me iría al campo, pero si me gustaría una casa con una cocina grande: la mía es muy pequeña y cocinar es como jugar al Tetris con sartenes.

Una cocina grande es una buena excusa para cocinar más y mejor. Porque cocinar, lo que se dice cocinar… Yo diría que junto los ingredientes, y luego pasa lo que pasa. Bueno, solo un poquito, porque mi madre y yo nos lo comemos todo. No son tiempos de tirar nada. Al principio de la pandemia, como pensaba que iba a durar menos y que sería cosa de unos pocos meses, comí lentejas con más frecuencia de la habitual (a mi madre a veces le hacía otra cosa): lentejas con verduras variadas (sobre todo puerro), lentejas con arroz, lentejas con chucrut (col fermentada)… Siempre sin chorizo, que mamá no puede.

El chucrut también lo comí de varias maneras. A ver, primero compro un bote y luego voy comiendo su contenido: unas veces con salchichas, otras queso (contrarresta el sabor del vinagre), otras con más chucrut…

Y luego viene el postre, casi siempre yogur con cereales, aunque ahora también pruebo las natillas.

En fin, hay días que no tengo ni idea de qué puedo cocinar. A veces lo pienso desde el día anterior, lo que es como prolongar la agonía de tener que meterse en la cocina… privilegio que ya quisieran muchos, como la señora que un día estaba pidiendo en la puerta del súper. Me dijo si podría darle algo de dinero o de comida. Le pregunté qué necesitaba y me dijo que unas patatas o unos tomates le vendrían bien. Le saqué eso y unos dulces. Le hacían apaño. Me dio las gracias con una sonrisa de oreja a oreja.

La verdad es que después casi me dio vergüenza tener sueños, cuando esa mujer se topa con la más cruda realidad casi todos los días. Pero, quién sabe… Ojalá.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Vecinos

Cuando vives en una vivienda donde las paredes son de papel, la probabilidad de que te enteres de la vida de los vecinos es muy alta. Al venir donde estamos, a nuestra izquierda vivía una pareja que no paraba de discutir, se le oía en el otro lado del patio. A la derecha, vive un hombre mayor con el que no tenemos buena relación, pero hemos llegado al punto de ignorarnos mutuamente.

Después de irse la pareja ruidosa, vino otra pareja. Ella estaba embarazada, y no tardó en dar a luz. Está claro que al niño se le oyó llorar muchas veces, pero daba gusto el esfuerzo que pusieron sus padres en cuidarle. Nunca se les oyó discutir. A veces hicieron reuniones en su casa, pero eran felices, se oían risas. Unos meses antes de que se declarase la pandemia se fueron, seguramente a un sitio más grande.

Y estuvimos casi toda la pandemia con ese apartamento vacío, lo cual era de agradecer porque veíamos disminuida la posibilidad de contagio del covid. Hasta que llegaron los salvajes que hay ahora.

Me dio la impresión que entró una pareja porque me encontré con ellos cuando salí a tirar la basura. Llevaban útiles de limpieza. Ya cerca de la noche empezó a escucharse un “boom, boom, boom, boom…” como el de las discotecas. Y di un par de golpes a la pared para ver si paraban, y así fue. Pero al día siguiente por la mañana, empezó otra vez el “boom, boom, boom, boom…”. Comprendí a toda esa gente que vive al lado de los locales de bailoteo. Es insoportable. Empezó a dolerme la cabeza y casi vomité.

Después de sopesar las palabras, escribí una nota en la que les pedía que no pusieran esa música porque me provocaba dolores de cabeza. Alegué que mi madre es mayor y yo estoy estudiando oposiciones, y al tercer día ya no sonó ese ruido que algunos llaman música.

No pasaron muchos días cuando empezaron a escucharse ruidos de muebles moviéndose. Pensé que aún no habrían terminado de colocar los muebles desde que llegaron. Estas casas son pequeñas, y no siempre es fácil aprovechar bien el espacio: seguro que estaban estudiando diferentes formas de poner el mobiliario hasta dar con la adecuada. Muchas veces le comentaba a mi madre “a la propietaria no le va a quedar casa cuando estos se vayan”. Qué golpes, como si cayera un armario en la pared, sólo que un día se caía un armario, y otro día también: como si hubiera un espíritu cabreado que no dejaba de molestar. Y todavía les quedaban fuerzas para jugar al tenis y a los bolos. Y así pasaron casi todo febrero, marzo, abril y mayo.

Tampoco faltó el típico niño hiperactivo que no paraba de la mañana a la noche: eso pensaba yo. Empezaba a escucharlo a las 10 de la mañana y no paraba hasta la 1:30 del día siguiente. “Pobrecitos, qué problema de niño si tiene esa energía”… Si cuando soy imbécil no me supera nadie.

Un día dos niños empezaron a correr por el pasillo, haciendo temblar el suelo hasta el interior de las casas, otro niño asomándose por la ventana, y otra vez los niños de antes jugando con mis cuerdas de la ropa. Y todo sin mascarilla. Y la señora que los acompañaba no les decía nada, no les enseñaba que no se puede tratar mal la propiedad ajena (con lo suyo me da igual lo que hagan), y que corriendo de esa manera se puede tirar al suelo a la gente mayor que vive aquí.

Otra vez puse un papelito en el buzón de los vecinos de al lado: les dije (todo lo finamente que pude) que no se corre por el pasillo como un elefante, no se fisga por la ventana, la mascarilla es obligatoria, que no se permiten visitas de personas ajenas a una vivienda... (recomendación pandémica) porque esos niños no vivían aquí: sus malos modos hicieron que descubriese que tenían la mala costumbre de venir de visita, ellos eran el niño hiperactivo que pensaba que no dejaba dormir a sus padres.

No sirvió de mucho llamarles la atención, porque siguieron dando por s*** hasta que un día (aparentemente) se cansaron. Ya no hay niños tocapelotas, aunque no quiero decirlo muy alto porque se acercan la vacaciones. Ahora tienen un perro que ladra más cuando se acerca la medianoche, y después también porque no lo callan si no doy golpes en la pared.

¿Y qué pasa con el espíritu cabreado? Se nota que ya no están los niños, pero siguen moviéndose los muebles a horas y en momentos que dan que pensar: ni la hora de la siesta ni las 11.30 de la noche son horas de probar dónde queda mejor el armario. ¿Casualidad? ¿Maldad? No lo sé, pero estoy hasta los h*****.

lunes, 19 de abril de 2021

Amar no es para siempre

Uno de los pocos momentos de ocio que tengo es ver una serie de televisión de producción española. Se trata de Amar es para siempre, donde aparece un elenco de actores que se repite temporada tras otra, y otros que solo permanecen una. Es difícil tener un actor o actriz favoritos porque cada uno aporta su granito de arena a un trabajo magníficamente hecho. La serie cuenta historias de trabajo, de fama, de justicia…, y haciendo honor a su nombre, el amor. Ahora mismo están contando una historia que me ha llegado, es la que protagoniza Iñaki Miramón en el papel de Justo Quintero.

Justo es un personaje que empieza siendo un abogado con un pequeño bufete, es un hombre al que todos sus amigos quieren, pero no es afortunado en el amor de pareja: le deja su mujer, le deja su novia, pero al menos tiene éxito en el trabajo aunque este no le reporte nada de dinero.

A lo que iba. La historia que Justo está viviendo ahora habla de un romance que tiene con la madre de una compañera del bufete en el que está ahora, Cristina. Los padres de Cristina son gente de posibles, pero su madre está harta del tedio de su matrimonio. Casualmente, conoce a Justo e inician un romance. Al principio son muy felices, pero las preocupaciones económicas que están viviendo en el bufete de abogados arrastran a Justo, y la perspectiva de carencias económicas en la nueva pareja desilusionan a la madre de Cristina, que termina rompiendo la relación.

Y aquí es donde quiero llegar. ¿Me lo imagino yo o la gente tiene más éxito si tiene dinero o, por lo menos, un trabajo? Más o menos eso pensé cuando vi la situación de Justo. Entonces recordé la última vez que me quedé prendada de alguien: al principio parecía que tenía un interés sorprendente en mí, y yo me lo creí. Pero cuando me atreví a acercarme un poco más el interés se hizo humo y surgieron de la nada lo que a mí me pareció un montón de competidoras que me barrieron. No entendía lo que había pasado, ni qué tenían las demás que yo no tuviera. Solo el tiempo y la distancia me hicieron ver algo: las demás tenían un trabajo.

Han pasado cuatro años desde entonces y aún sigo preguntándome porqué la vida es tan injusta y es necesario tener un trabajo para que alguien sea considerado persona y mantenga el interés de los demás. Amar no es para siempre.

lunes, 29 de marzo de 2021

Diversión en tiempos de pandemia

Llevamos más de un año de pandemia declarada. Yo casi no salgo por minimizar las posibilidades de contagio, no tanto por mí sino por mi madre, que tiene más de 80 años. Casi un año sin salir más que para llevarla al médico, para ir a la farmacia o al súper. Me olvidaba: estuve trabajando veinte días.

No salgo a otros sitios: nada de museos, ni compras, ni cines. Nada de sitios cerrados que no sean los que ya he mencionado. Necesito comprarme ropa, que la que tengo me queda grande por haber perdido peso. Pero no tengo la garantía de que haya suficiente desinfección en los sitios donde puedo comprarme ropa. En unos sitios me consta que se esfuerzan al máximo pero en otros…

Tengo libros, tengo Internet y un buen televisor, pero también echo de menos salir a tomar unas tapas y una cerveza, un chocolate con churros o ir a alguna fiesta y me aguanto: ¿Por qué hay niñatos que no son capaces de aguantarse y van a fiestas clandestinas? ¿Acaso yo no tengo ganas de juerga? “Soy joven, tengo derecho a divertirme”. Tienes toda la vida para divertirte, y yo me estoy tragando tus normas de seguridad, desgraciado, espero que algún día lo comprendas pero lo dudo mucho.



lunes, 8 de marzo de 2021

8 de marzo de 2021

Naomi Parker Fraley, Rosie la remachadora (1921-2019)
Naomi Parker Fraley, Rosie la remachadora (1921-2019), símbolo del empoderamiento femenino

El 8 de marzo de 1857 las mujeres que trabajaban en la industria textil de Nueva York se manifestaron para protestar por las condiciones salariales y laborales. Y el 8 marzo de 1908, 15.000 mujeres volvieron a manifestarse por lo mismo porque seguían sin hacerles demasiado caso. Salieron a la calle a quejarse más veces. Pero el 25 de marzo de 1911 tiene lugar un incendio en una fábrica de textiles: mueren 146 personas, de las cuales 123 son mujeres. Esto marca un antes y un después, eligiéndose la recurrente fecha de 8 de marzo para celebrar un día especial para las mujeres.

Hoy es 8 de marzo de 2021, Día Internacional de la Mujer. Supongo que lo suyo sería que no hubiera días especiales de celebración porque igual eso significa que no hay diferencias, pero sigue habiéndolas: en demasiados sitios se nos paga menos sueldo, en muchos campos atribuyen nuestros méritos a los hombres que tenemos cerca, solo nos consideran si estamos casadas... En cualquier reunión social a los hombres se les pregunta por sus estudios o su trabajo, a nosotras por nuestro estado civil.

Muchas mujeres sostuvieron la economía cuando tuvieron lugar las dos grandes guerras del siglo XX, y a la mayoría les quitaron de sus trabajos cuando los soldados que los ocupaban regresaron del frente. Era justo que ellos quisieran recuperar lo que era suyo, pero no que a ellas las echaran a cambio de nada.

Pienso en Marie Sklodowska-Curie, que de no estar casada con Pierre no le hubieran dado el Premio Nobel. También está Hedy Lamarr, que se hizo famosa por salir desnuda en el cine en 1933 (año de la ascensión de Hitler al poder), pero tardó mucho más en saberse que era inventora por tener que vivir con los apellidos de sus maridos. También están Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo; y Emilia Pardo Bazán, novelista, ensayista, editora, feminista... Valentina Tereshkova fue la primera mujer rusa en viajar al espacio. Hoy vi en la tv una mujer que trabaja con ganado, y que pide que se la trate igual que a sus compañeros varones, y hay muchas mujeres barrenderas, que después de limpiar en la calle tienen que seguir limpiando en su casa. Hay muchas más mujeres que están en la sombra, heroínas que nunca serán conocidas pero que merecen el reconocimiento de su trabajo.

El resto del día lo voy a pasar leyendo un libro Feminismo para principiantes, de Nuria Varela: estoy aprendiendo mucho. También quiero recomendar una colección escrita por Itziar y Jorge Miranda, Mujeres que dejan huella, ilustrada por Lola Castejón. Jorge Miranda es historiador. Itziar Miranda protagoniza Amar es para siempre, donde interpreta a Manuela Sanabria, una mujer que no se acobarda por nada. Esta colección la descubrí hace poco, en cuanto pueda se la regalo a mis sobrinas. No quiero que nadie, NADIE, les diga que "tú no puedes, eso es de hombres".

viernes, 26 de febrero de 2021

El Rosco

Todos necesitamos buenas noticias, aunque no tengan que ver con nosotros. Yo por lo menos. Lo digo porque veo todos los días Pasapalabra deseando que Pablo Díaz se lleve el bote de El Rosco. Y es que el chico se lo merece (sin ánimo de desmerecer a Nacho Mangut, Luis de Lama o Marta Terrassa).

Pero nos han tenido nosécuántos días haciéndonos creer que Pablo se llevaba el bote ayer y no ha sido así. Han jugado con nuestra ilusión, con nuestra necesidad de buenas noticias. Se me ha atragantado El Rosco. La verdad es que estoy que trino. ¿Para qué añadir más palabras?

Pablo Díaz el rato antes de perder en "El Rosco" gracias al general Hannon. Fotografía obtenida de la web del Diario As del 25.02.2021
Pablo Díaz el rato antes de perder en El Rosco gracias al general Hannon. Fotografía obtenida de la web del Diario As del 25.02.2021


domingo, 7 de febrero de 2021

Modestia

He aprendido que no sirve la modestia. No sirve porque si no te das el valor que mereces no te lo da nadie. Cuántas veces habré visto que otros se ponen medallas que no les corresponden, o se han puesto las que me corresponden a mí. Cuántas veces me habrán dicho “calla, tú no sabes”, y me he callado… No puedo culpar a nadie más que a mí, es lo que tiene haber llevado demasiado lejos lo de “no pelearse con todo el mundo” por “el qué dirán lo demás”.

¿Por qué unos valen más que los demás? ¿Por qué unos se tienen que callar, y a otros se los escucha siempre? Las cosas no funcionan así, las cosas no deben funcionar así, pero ocurre muchas veces, demasiadas. Luego no faltará ningún cretino que diga “no sé porque reaccionas así”.

Pues reacciono así porque me gusta que se me reconozca lo que hago, me gusta que me escuchen (sobre todo si yo también escucho), me gusta que respeten mi libertad de alejarme de la gente que no me hace bien sin juzgarme por ello. Y etc., etc., etc.

Es mi vida, mis decisiones las tomo yo.