miércoles, 15 de abril de 2020

Silencio

Ya son las 2:18 de la madrugada y debería ir a dormir pero necesito disfrutar del silencio de la noche. Tic-tac, tic-tac. Empiezo a notar el frío… Me visto mi viejo abrigo verde, el que está forrado de borreguillo por dentro. Luego la capucha. Lástima que no sea más largo. Me envuelvo en el edredón y con todo me acurruco en el sofá. Qué paz.

Sí, ya sé que con la que está cayendo mucho ruido no hay, pero la paz que da la noche es diferente. Y pienso en todo lo que no ha pasado en el día. En la tarde hubiera ido al súper a comprar pizza y refresco de naranja. O hubiera ido a tomar un helado cerca del Retiro. O hubiera esperado una llamada que nunca se hace. Ah, no, ese es un plan para sábado y resulta que ayer ha sido martes. Si es que he perdido la cuenta de los días que llevamos encerrados, y no sé el día en el que vivo. Sencillamente, no los cuento. Cuando toque salir, saldré.

No veo la hora, no soy la única. Supongo que unos lo llevan mejor y otros peor, como cuando alguien llama a mi móvil y resulta que quieren hablar con otra persona. ¿Por qué no llaman al teléfono de la otra persona? ¿Por egoísmo? ¿Por fastidiar? ¿Por hacerme notar que les importo una mierda? Que yo también sé responder con el silencio.

Dicen que una situación como la que estamos viviendo nos está haciendo mejores personas. En mi caso, me está haciendo una persona con mejor memoria, quizás demasiada.

miércoles, 1 de abril de 2020

Del covid y otros asuntos


En la vida me imaginé que viviría una situación como la que está viviendo un tercio de la Humanidad: estar encerrada, sin salir de casa, para combatir a un enemigo invisible, el coronavirus o covid-19.

Cuando empezó a hablarse de quedarse encerrados hice un esquema mental sobre cómo afrontar las siguientes semanas. Tenía cosas en casa pero faltaban otras; me puse a hacer una lista con mi madre y me puse a llorar: me asustaba ir a la compra. En el súper había una fila con 75 personas delante de mí, 76 si contamos con la jeta que se coló, y a la que nadie dijo nada por no acercarse. Una vez dentro del local, hice un rally más que una compra. Seguí la lista a rajatabla, y sobre la marcha tuve que cambiar alguna cosa porque el carrito empezaba a pesarme y yo tampoco soy una persona fuerte. Me di toda la prisa que pude en irme de ahí: no había desabastecimiento gracias al esfuerzo de los trabajadores del súper, pero el ambiente era triste, sin el bullicio habitual. Llegué a casa y hasta las 22.00 estuve desinfectando todo lo que había comprado para colocarlo después en el sitio correspondiente. Cinco horas de no parar: al día siguiente tenía agujetas.

Ya con la tranquilidad que da haber comprado lo necesario, tuve más tiempo para pensar: maaaaalo. Llegué al momento en que te acuerdas de una persona, de la otra y luego de la otra, y los buscas a todos en las redes sociales. Para qué, estabas mejor antes: has descubierto que hay gente que no es como pensabas, y te llevas una desilusión más. También te la llevabas antes, pero ahora no puedes salir corriendo a comprar chocolate ni a caminar hasta que se te pase el cabreo. Seguro que yo tampoco soy como pensaban esas personas pero me da igual. Me da igual. También he borrado a gente del Facebook, me he salido de varios grupos de conversación de WhatsApp y he bloqueado a varios idiotas. Necesitaba desahogarme.

No está resultando fácil, pero ya estamos en el ecuador de la cuarentena. Y ayer y hoy he hablado con varias personas que para mí han sido un descubrimiento: piensan como yo, o al menos me entienden cuando les digo mi teoría sobre lo que está pasando. Me siento mejor. Necesitaba contrarrestar eso de entrar en las redes sociales y ver mensajes de odio y consejos estúpidos de gente que sabe más que nadie. Espero no perder el contacto con esas personas, me han demostrado ser maravillosas. Contarnos nuestras preocupaciones, y lo que vamos a hacer cuando se acabe todo esto, me hizo recordar los tiempos en que quedaba con los colegas del instituto y nos pasábamos horas con una cerveza hasta que se ponía caliente.

Y no quiero olvidar a los muchos ángeles que velan por nosotros: personal sanitario, empleados de supermercados, farmacéuticos, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, transportistas, agricultores… Gracias a todos vosotros que nos hacéis las cosas más fáciles. Sois unos héroes.