domingo, 26 de enero de 2020

Las cosas mal hechas

El pasado 24 de diciembre mi padre falleció a los 96 años de edad. La gente se sorprenderá si digo que fue casi una sorpresa, pero es que en su familia son tremendamente longevos y él estaba fuerte como un roble… hasta octubre, en que su mujer (no es mi madre) le dio una patada en el culo y mi hermano Manuel lo acogió en su casa, a más de 300 km. Nace en Lima, vive en Madrid cuarenta años, tres meses en Zaragoza y después de unos días muere en Navarra: mira que ha dado vueltas.

Manuel y su mujer lo atendieron estupendamente. Le dieron de comer bien, se preocupaban por darle sus medicinas y que no le faltara la atención médica adecuada y, lo más complicado, le tenían limpio. Y es que mi padre sintió de golpe una situación que no figuraba en su plan de vida, y lo acusó con su vientre.

No siempre ocurre, pero no faltó gente buena que les ayudó, y no solo con consejos bienintencionados sino también metiéndose en la bañera con mi hermano para sostener a un hombre que asemejaba ser un bloque de mármol que no había por dónde agarrar.

Como no podía faltar, les llovieron las críticas, sobre todo de aquellos que, no solo no hacían nada sino que, además, ocasionaban problemas (lo expresaría de una forma más precisa, pero no es el lugar. O sí, pero sería ponerme a su altura).

Y estalló la guerra. Como era de esperar de una persona con poco sentido práctico, y que pensaba que nunca iba a morirse, mi padre no ha dejado las cosas bien hechas, y ahora los hijos nos estamos volviendo locos. Y está la gente que quiere ayudar y no puede, y la que puede ayudar y no quiere (estos sobran). Y también están esos que te dicen “le falta la partida de nacimiento del quinto pino” y no hay forma de hacerles entender que no conoces a nadie en el quinto pino que te la pueda pedir. Y los que no cogen el teléfono si les llamas, y los que solo llaman para tocar las bolas (estos también sobran).

Yo me había preparado para la ausencia de mi padre, pero no para toda la vorágine que ha venido después. No aguanto a los que opinan sin saber, realmente, esos no deberían opinar nunca. No aguanto a los que te ponen en el compromiso de tomar una decisión que no conviene y luego se enfadan si no les haces caso, ¿es que no pueden ir a molestar a otra persona? No aguanto a los que pretenden organizarme las cosas en un momento tan delicado como si yo no tuviera ni puta idea o me sobrara el tiempo. Que se metan en sus asuntos. Estoy harta. No veo la hora de que tanta mierda termine.

1 comentario:

  1. ...........Y está la gente que quiere ayudar y no puede, y la que puede ayudar y no quiere

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