Ya son las 2:18 de la madrugada y debería ir a dormir
pero necesito disfrutar del silencio de la noche. Tic-tac, tic-tac. Empiezo a
notar el frío… Me visto mi viejo abrigo verde, el que está forrado de
borreguillo por dentro. Luego la capucha. Lástima que no sea más largo. Me
envuelvo en el edredón y con todo me acurruco en el sofá. Qué paz.
Sí, ya sé que con la que está cayendo mucho ruido no hay,
pero la paz que da la noche es diferente. Y pienso en todo lo que no ha pasado
en el día. En la tarde hubiera ido al súper a comprar pizza y refresco de
naranja. O hubiera ido a tomar un helado cerca del Retiro. O hubiera esperado
una llamada que nunca se hace. Ah, no, ese es un plan para sábado y resulta que
ayer ha sido martes. Si es que he perdido la cuenta de los días que llevamos
encerrados, y no sé el día en el que vivo. Sencillamente, no los cuento. Cuando
toque salir, saldré.
No veo la hora, no soy la única. Supongo que unos lo
llevan mejor y otros peor, como cuando alguien llama a mi móvil y resulta que
quieren hablar con otra persona. ¿Por qué no llaman al teléfono de la otra
persona? ¿Por egoísmo? ¿Por fastidiar? ¿Por hacerme notar que les importo una
mierda? Que yo también sé responder con el silencio.
Dicen que una situación como la que estamos viviendo nos
está haciendo mejores personas. En mi caso, me está haciendo una persona con
mejor memoria, quizás demasiada.
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