jueves, 1 de agosto de 2013

Agosto

Apenas quedan unas horas para que termine julio y empiece agosto, los dos meses por excelencia para vacaciones… Para el que pueda tomárselas, claro.


Recuerdo que, de niños, mi abuela les dejaba a mis padres una casa en San Lorenzo del Escorial al pie del monte Abantos (ese que se quemó hace años). Íbamos en agosto, que era cuando a mi padre le daban las vacaciones en el curro. Nos pasábamos el verano yendo a pasear a la lonja del Monasterio. Por el camino, parábamos en una heladería y nos comprábamos una horchata.


Si había suerte, de vez en cuando caía un chaparrón de esos que te invitaban a quedarte en casa a jugar a las cartas, o a hacer un campeonato de comedores de pipas.


Han pasado casi cuarenta años y las cosas han cambiado. Ahora me da miedo irme de vacaciones por si me llaman para un trabajo y me pilla fuera de Madrid… Es que ni siquiera puedo irme: ya sufro para pagarme la tarjeta de transporte (y sólo es para Madrid ciudad), así que para irme fuera unos días no quiero ni pensar lo que sufriría. Las vacaciones las toma cada uno por su lado: en vez de ir al Monasterio me voy a cualquier centro comercial a tomarme un refresco de oferta y, como ya no llueve, me tengo que llevar una botella para tirarme agua encima de vez en cuando y que no me dé un jamacuco, por no hablar de un golpe de calor.



Bueno, y comer pipas me lo ha prohibido el dentista; no queda otra. Cuento los días para que llegue el otoño. Sí, me gusta el frío. ¿Pasa algo?

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