martes, 7 de mayo de 2013

Gentuza

Después de cuatro meses y medio de inactividad (lo que no es del todo exacto porque no he parado de hacer otras cosas), ayer empecé a trabajar otra vez. Me llamaron el día 2, que en Madrid es fiesta, por lo que hubiera flipado de no ser porque hace años me llamaron un domingo. Se trataba otra vez de hacer encuestas telefónicas. No me quejo, porque el trabajo me gusta, y no me asusto si alguna de las personas a las que llamo me contesta alguna barbaridad: las llamadas son infinitas y es muy difícil que no haya algún grosero o grosera.

Están los que no tienen tiempo, los que tienen visita justo en ese momento (qué casualidad), los que salían “por la puerta” (¿por dónde pensaban salir?, ¿por la ventana?), los que iban al médico (hay mucha gente que tiene que estar cayéndose a trozos)… y un largo etcétera de excusas para no contestar la entrevista, tantas como personas te descuelgan el teléfono. También están las máquinas, contestadores y faxes, casi siempre contestadores. Los contestadores son terribles, ni siquiera te dan opción a meter la pata porque no les puedes hacer la encuesta (pero no por ello dejas de ser un inútil). La gente mayor es otra categoría; muchos no oyen bien o tienen miedo de que quieras engañarles, a ver, con los tiempos que corren…

Engañarme, eso es lo que han hecho conmigo. Cuando me llamaron para trabajar me dijeron que sería para quince días. ¡Quince días! Ganaría lo suficiente para tapar unos agujeros que se me asemejan socavones. No eran aún las diez de la mañana, cuando me han llamado para decirme “no vengas hoy” (es que eso de “estás despedido” es muy feo). No quisieron dar más explicaciones. Gentuza.

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