Feliz Año. Ya sé
que de eso hace más de dos semanas pero estuve de mudanza. Es curioso lo que se
encuentra cuando abres los cajones a los que no hacías caso hace tiempo. Fotos
que creía perdidas, la pulserita que me pusieron en la maternidad cuando nací (pesé
al nacer unos 3,5 kilos), los cables de la impresora que perdí dos mudanzas
atrás y que he vuelto a meter en vete a saber qué caja… Hasta apareció una
antigua agenda de teléfonos: igual le pego un susto a alguien, como si fuera un
fantasma del pasado; claro que, también podían haberme llamado ellos ¿no?
Luego me he
centrado en disfrutar de los últimos días de mi último trabajo, como casi de
costumbre de grabadora de datos, esta vez para una importante cadena de
supermercados. Qué lástima: bien situado, bien pagado y, como casi todo, no ha
sido eterno. De pronto, me he dado cuenta que más de un compañero tenía
malestar general: nos vamos mañana y después no sabemos cómo sigue la cosa.
Pero, en algún momento, se tiene que terminar la incertidumbre.
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