lunes, 23 de abril de 2012

Cuando la educación no disimula la estupidez humana

Hace unos días fui al centro de Madrid cogiendo un autobús que pasa por la Ciudad Universitaria, donde está la Universidad Complutense. Por el camino, iba pensando en las gestiones que tenía que hacer cuando subieron tres chicas que venían de alguna de las facultades cercanas: iban comentando cómo habían sido las clases del día y todo lo que tenían que estudiar. Se sentaron a mi lado.

De pronto, una de las ruedas del autobús rozó el bordillo de la acera haciendo un ruido muy raro, como un chillido. Afortunadamente, la rueda no reventó y el asunto no fue a más. Pero una de las gilipollas que se sentaron a mi lado soltó: “a ver si han atropellado a un perro” y se rió. Y las otras le hicieron los coros.

Sigo dándole vueltas al asunto. Por más que lo pienso, no entiendo la gracia del chiste, o a lo mejor soy yo que he perdido el sentido del humor, pero creo que jamás me reiría si atropellan a un animalito, sobre todo después de haber disfrutado de la compañía de un perro maravilloso al que sigo considerando único. No sé si él les hubiera dicho algo, pero sospecho qué hubiera hecho...



No hay comentarios:

Publicar un comentario