En la vida me imaginé que viviría una situación como la
que está viviendo un tercio de la Humanidad: estar encerrada, sin salir de
casa, para combatir a un enemigo invisible, el coronavirus o covid-19.
Cuando empezó a hablarse de quedarse encerrados hice un
esquema mental sobre cómo afrontar las siguientes semanas. Tenía cosas en casa
pero faltaban otras; me puse a hacer una lista con mi madre y me puse a llorar:
me asustaba ir a la compra. En el súper había una fila con 75 personas delante
de mí, 76 si contamos con la jeta que se coló, y a la que nadie dijo nada por
no acercarse. Una vez dentro del local, hice un rally más que una compra. Seguí
la lista a rajatabla, y sobre la marcha tuve que cambiar alguna cosa porque el
carrito empezaba a pesarme y yo tampoco soy una persona fuerte. Me di toda la
prisa que pude en irme de ahí: no había desabastecimiento gracias al esfuerzo
de los trabajadores del súper, pero el ambiente era triste, sin el bullicio
habitual. Llegué a casa y hasta las 22.00 estuve desinfectando todo lo que
había comprado para colocarlo después en el sitio correspondiente. Cinco horas
de no parar: al día siguiente tenía agujetas.
Ya con la tranquilidad que da haber comprado lo
necesario, tuve más tiempo para pensar: maaaaalo. Llegué al momento en que te acuerdas
de una persona, de la otra y luego de la otra, y los buscas a todos en las
redes sociales. Para qué, estabas mejor antes: has descubierto que hay gente
que no es como pensabas, y te llevas una desilusión más. También te la llevabas
antes, pero ahora no puedes salir corriendo a comprar chocolate ni a caminar
hasta que se te pase el cabreo. Seguro que yo tampoco soy como pensaban esas
personas pero me da igual. Me da igual. También he borrado a gente del
Facebook, me he salido de varios grupos de conversación de WhatsApp y he
bloqueado a varios idiotas. Necesitaba desahogarme.
No está resultando fácil, pero ya estamos en el ecuador
de la cuarentena. Y ayer y hoy he hablado con varias personas que para mí han
sido un descubrimiento: piensan como yo, o al menos me entienden cuando les
digo mi teoría sobre lo que está pasando. Me siento mejor. Necesitaba
contrarrestar eso de entrar en las redes sociales y ver mensajes de odio y
consejos estúpidos de gente que sabe más que nadie. Espero no perder el
contacto con esas personas, me han demostrado ser maravillosas. Contarnos
nuestras preocupaciones, y lo que vamos a hacer cuando se acabe todo esto, me
hizo recordar los tiempos en que quedaba con los colegas del instituto y nos
pasábamos horas con una cerveza hasta que se ponía caliente.
Y no quiero olvidar a los muchos ángeles que velan por
nosotros: personal sanitario, empleados de supermercados, farmacéuticos,
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, transportistas, agricultores…
Gracias a todos vosotros que nos hacéis las cosas más fáciles. Sois unos
héroes.