Una de las ventajas que tienen las nuevas tecnologías es
la cantidad de libros que puedes tener en tu casa ocupando mucho menos espacio
de lo que ocupa uno solo de esos libros. Te los puedes llevar todos encima y
decidir por el camino cuál lees y, cuando te cansas de leer, puedes oír un poco
de música, ver una película o jugar al Candy Crush como hizo
"aquella" en el Congreso de los Diputados. Otra de sus ventajas es la
cantidad de árboles que con ello se salvan por no talarlos.
Pero no todo es perfecto. Esos libros carecen del
romanticismo del soporte en papel, no puedes meter flores entre las páginas y
no puedes recordar donde te has quedado con un billete de metro o un marca-páginas
decorativo. Y si un día la tablet decide no cargarse más, reza para no haberte
olvidado de sacar copias a todo.
Mientras veo cómo comprarme una nueva tablet (porque la
mía reventó), revuelvo entre los cajones donde guardo mis viejos libros para
elegir una lectura que llevarme al metro. Curioseo entre sus páginas y aspiro
el olor de las hojas, encuentro papeles donde tomé notas y que ahora están
amarillos, y revivo los recuerdos que me traen algunos fragmentos de la
lectura. Y encuentro marcapáginas viejos. Cuando podía, elegía alguno que fuera
bonito o, al menos, especial porque ya no volvía a utilizarlo en otro libro.
No creo que vaya a tardar mucho en comprarme una tablet
nueva, no hace falta la más cara para tener algo con calidad pero, por más que
la técnica esté evolucionando, dudo que llegue a inventarse algo hermoso para marcar
mi paso por algo que leí.
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