En fin, por fin llegó la época del año a la que tengo más
miedo, las fiestas navideñas. Y es que, si me gusta que se acuerden de mí por
mi cumpleaños, no me gusta que se acuerden de mí por Navidad. Parece que por el
cumple siempre cabe algo de buen rollito y me disgusto si no se acuerdan de mí
(yo si me acuerdo de los que no se acordaron de mí), pero en Navidad, da la
impresión que se acuerdan de uno para tocarle las narices en la reunión para la
que consiguen engancharte. No vale coger el móvil si alguien me llama para
felicitarme las fechas, pero otros sí lo cogen; no vale faltar a la cena de
Nochebuena ni al almuerzo de Navidad, pero otros sí pueden…
Ya sé que dije que no me gusta que se acuerden por mí en
estas fechas, pero en realidad sí: me gustaría que se acuerden de mí todos esos
que se olvidaron a lo largo del año, los que dijeron que llamarían y no lo
hicieron, los que dijeron hablamos y me dejaron con la palabra en la boca,
aquellos con los que –por el motivo que sea– tuve algún roce y nada se aclaró;
también me gustaría tener el valor de ser yo la que llame, pero tengo miedo a
que salga mal. Muchas veces me he preguntado cómo podía hacer para superar el
malestar de esas situaciones, y cuando llegan estas fechas, parece que la magia
de la Navidad puede arreglarlo todo.
En fin, ojalá pueda decir en el próximo post que algo se
arregló. Mientras tanto, Feliz Navidad, lo digo de verdad.
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