Tres años y cuatro meses después. Suena a condena pero
ese es todo el tiempo que he estado en el paro. Para ser más exactos, sin un
empleo remunerado que, a fin de cuentas, en lo de hacer tareas domésticas y
formarme para obtener un empleo no he parado.
¿Y ahora qué? Como si no hubiera pasado tanto tiempo, he
sabido adaptarme bien aunque aún me canso mucho: ya pasará. Hay buen ambiente y
es un trabajo que conozco, ¿qué más puedo pedir? Que en vez de ser solo para
tres meses que me hagan indefinida. No me han prometido nada pero nunca se
sabe, lo importante era meter la cabeza en algún sitio, luego ya se verá.
Pero… (faltaba el pero, siempre está allí). Cuando no
tienes trabajo terminas arrinconado: o porque te cohíbes o porque te cohíben. Y
qué voy a decir: esperaba más celebración por parte de ciertas personas, algo
así como “¡¡¡bien, por fin lo conseguiste!!!”, pero me parece que no. Ya no se
acuerdan de lo que es estar sin trabajo, de pensárselo dos veces antes de
comprar algo, de cansarse de mirar escaparates porque en la tienda no vas a
entrar, de lo que es sentir que no tienes dignidad. Ya no se acuerdan.
Prefiero no entrar al análisis de esas reacciones, eso
no va a cambiar las cosas, pero ese tipo de cosas me han cambiado a mí. Qué pena.