jueves, 17 de mayo de 2018

Cartones

Hace unos días rompí mi rutina habitual volviendo del trabajo en autobús. Se me fue uno delante mía, así que tuve que esperar 15 minutos. No importaba, no tenía prisa, al día siguiente era festivo y me apetecía ir despacio. Al subir al bus, noté una bofetada aromática, algo así como el olor de un grupo de gente que no conoce el jabón y que, además, eran tremendamente ruidosos. Saqué un libro y me puse a hojear las páginas, pues no me concentraba en la lectura con ese griterío. 


Pasados unos kilómetros, el conductor salió dos veces de su cabina para quejarse de la música, pero no le hicieron caso y se burlaron de él. "Es la juventud que mantendrá nuestras pensiones" me dije, y deseé que se bajaran pronto. Calculo de dos tercios del camino estuvieron dando por s... y, de pronto, el silencio. Ya no leía, solo esperaba a llegar a mi destino. 

Por fin llegué... a la mitad del camino. Y paseando por el Madrid viejo, pasé delante de un edificio oficial, y luego junto a una terraza donde servían copas y la gente disfrutaba del ambiente festivo. Todo estaba lleno, también los soportales que había al otro lado de la terraza, en frente del edificio oficial. Eran personas que no celebraban ninguna fiesta, que vivían envueltos en mantas, aislados del suelo por un cartón. Los más afortunados podían meter medio cuerpo en una caja más grande, incluso había uno que tenía una especie de túnel como resultado de haber juntado varias cajas. Al lado de sus compañeros de penurias, era un afortunado. 

Hoy volví a pasar delante del sitio oficial y de los soportales. Y ahí seguían las personas que no estaban de fiesta, con sus cartones y, dudo mucho, que alguno tenga sueños.

© El País, 2015

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