Estoy en la
recta final de gestionar una ayuda que dan a los desempleados cuando se les ha
terminado el paro. A decir verdad, no es tan complicado como parece, lo que
pasa es que el alarmismo vende, y por eso estaba muy asustada pensando que me
iba a liar con el papeleo. Y, cumpliendo la tradición, debo confesar que me
lié, solo que tuve la suerte de que la señora que me atendió en el Inem fue un
ángel que me ayudó a organizar mejor la documentación que le llevé y, además,
me explicó el porqué de cada paso. Otra cosa será que me den la ayuda, pero por
intentarlo no pierdo nada.
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Así es como nos sentimos los que tenemos que hacer papeleo en las oficinas de empleo/desempleo. |
Siempre que voy
a mi oficina, me fijo en los carteles que hay pegados en la pared, más que nada
por si hay algo interesante de lo que me tenga que enterar: algún curso, algún
trabajo, alguna bolsa de empleo… (no había muchos carteles, me temo).
También me he
fijado en la gente que trabaja allí. Tienen fama de bordes pero tienen cara de
que les hubieran pegado la gripe… En realidad les han pegado tristeza: la que
llevan todas las personas que van allí porque han perdido su empleo y no hay
perspectivas de encontrar otro. El que hay es un ambiente gris, como si hubiera
encima un montón de nubes grises que no se quitan y no dejan entrar la luz: ¡quién
pudiera soplar para que se fueran!
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Qué voy a decir... |
Una persona a la
que eché de menos fue al señor de la letra A. Las oficinas del Inem (ahora
Sepe) tienen dos partes. En la mía, según entras, a la izquierda está la zona
donde te apuntas al paro, donde sellas la papeleta correspondiente, gestionas
los contratos y pides los cursos: hay que pedir turno cogiendo un papel, como
en el mercado, pero atienden rápido. A la derecha la cosa va más lenta; son las
mesas donde se pide información, se hacen gestiones (reanudación del paro,
solicitud de ayudas y un corto etc.) y se hacen otras gestiones (entrega de documentación
que se te ha olvidado llevar la vez anterior, por poner un ejemplo).
Antiguamente, si ibas para
información pedías la letra A, si ibas para gestionar el paro pedías la B, y si
ibas para otras cosas que ya no me acuerdo, pedías la C. Para cualquier
consulta, duda o angustia que tuvieras ibas a la mesa de la letra A. En mi oficina (es que ya empieza a parecer
mi casa) había un señor que pasaba de los cincuenta años al que le podías
preguntar cualquier duda porque lo sabía todo, y te resolvía los problemas con
una rapidez inusual, para que luego digan. Para ir a las mesas de las letras B
y C, creo recordar que con un madrugón era suficiente.
Ahora hay que
pedir cita previa: por teléfono y por internet, que yo sepe, perdón, sepa.
Desde dentro no sé cómo se verá el invento, pero desde fuera no se ven más que
desventajas: tienes prisa en hacer una gestión y te dan para veinte días
después. Esto en la letra B. La C es como el Senado, arregla poco. Pero, ¿qué
ha pasado con el señor de la letra A? ¿Lo han jubilado? ¿Lo han despedido? ¿Lo
han reubicado en otro puesto? Ni idea, lo tengo que preguntar la próxima vez
que vaya, pero tengo miedo de que no me guste la respuesta que da una mesa
vacía.
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Qué lástima. |