Hace unos días me ocurrió
algo curioso. Un amigo que toca el acordeón nos invitó a un concierto de jazz
manouche en el que tocaban él y un amigo suyo que tocaba un tipo de guitarra
que no había visto nunca. No tenía muy claro lo que íbamos a escuchar pero al
menos no era reguetón. Aquello fue espectacular. Hora y media de pura música en
un concierto al que se sumaron sobre la marcha otro guitarrista y una cantante
con una voz que no dejaba indiferente.
Empecé a fijarme en la
cara del guitarrista y en su apellido. No paraba de darle vueltas al asunto y
me puse a buscarle en Internet a él y a su familia… No encontré nada.
Él era un hípster: lo
supongo porque llevaba gafas de pasta y una barba muy espesa. Tocaba muy bien
la guitarra, la verdad.
Hasta que acabó el
concierto. En vez de acercarme a felicitar a mi amigo por su intervención, me
acerco al guitarrista y le pregunto: «¿Tu padre no es profesor y tu hermana se
llama Nuria? Porque si es así, que sepas que estuvimos en la misma clase en 1º
de BUP y que yo estuve una vez en tu casa viendo un documental sobre cómo
trasquilar ovejas».
Nos sacamos una foto
juntos para enviársela a su hermana para ver si su hermana se acuerda de mí. No
creo que Nuria me reconozca, pero fue divertido ver la cara que el músico puso
cuando vio «lo que sabía de él». Estas son pequeñas sorpresas que ocurren a
veces. El mundo es un pañuelo.