En el momento de empezar a escribir estas líneas, llevo tres cuartos de
hora en una sala de espera de un centro médico, donde se sienta la gente que
está aguardando su turno para pedir cita para la especialidad que necesite. Soy
ferviente defensora de la Sanidad Pública, pero esto no lo veía hacía años. No
sé a qué atribuirlo, pero todo el mundo parece cabreado. A ver con lo que se
está esperando, no me extraña. Lo que sí me extraña es que los que están detrás
de mostrador también lo están. ¿Por qué?
Yo he trabajado de cara al público y sé que no es fácil. Cuando estás
mirando algo en el ordenador, siempre hay alguien que cree que estás haciendo
uso de ultra poderes, y que en un zas vas a encontrar lo que necesita, pero no
siempre es así. Es en ese momento en que el profesional tiene que saber actuar
para frenar a los impertinentes y antipáticos que no tienen otra cosa mejor que
tocar las narices y gritar a la persona que sólo es cara visible de un sistema
que se quieren cargar. Pero nadie grita ni se queja: todos los presentes están
aguantando estoicamente.
Ya ha pasado hora y cuarto, y sigo aquí. Espero tener tiempo de comer antes
de ir al curro, sino tendré que ir sin
comer para que no me pongan mala cara a mí.