Esta mañana, cuando bajé a comprar el pan, vi que se
habían caído pétalos de flores en el patio. Aquello me recordó de cuando aún me
compraba libros con cierta frecuencia: me gustaba poner dentro pétalos de rosas
o una ramita de alguna planta.
También me acordé que le dejé un libro a un amigo que
estaba económicamente peor que yo. El ejemplar no lo volví a ver aunque, bien
mirado, me hizo un favor, porque era una auténtica mierda. Lo que me molestó
realmente fue que, al abrir aquellas páginas, encontró un pétalo de rosa y lo
tiró, como si fuera una porquería cualquiera y como si el libro fuese suyo.
Hace tiempo que ya no hablo con aquel individuo, en parte
porque teníamos criterios muy diferentes sobre el conocimiento. Él estudió
Filosofía, y eso le hacía creerse por encima del resto de los mortales, y no se
cohibía en hablar con asco de la Historia. Está claro que me faltó reflejos con
él. Cuando tiró el pétalo debí decirle cuatro cosas, coger mi manual y salir
corriendo. ¿Qué derecho tenía él en tirar algo que ya formaba parte de aquel
tocho, algo que, al fin y al cabo, yo decidí poner ahí para que hubiera algo
hermoso entre las páginas de un texto espantoso?
Ahora, casi siempre leo en una tablet o en el ordenador,
más que nada por una cuestión de espacio. No puedo meter flores o ramitas de
plantas, pero elijo fondos de escritorio bonitos, que signifiquen algo para mí.
Esos no los podrán quitar. Aunque, quién sabe...