Me acabo de enterar que se ha muerto mi amiga Nancy, una
bellísima persona. Siento que estoy hablando de ella como si aún siguiera viva,
pero todavía me cuesta creerlo. Es una de esas personas que parece que no se van
a morir nunca hasta que ocurre.
Mi madre la conoció cuando Nancy hizo un viaje de
estudios a España en los años 50 y desde entonces perdura la amistad. Más
adelante, se encontraron en el Perú en los años 70, y luego en España otra vez
en los años 90. La crisis me impidió encontrarme con ella en los Estados Unidos
hace cuatro años, pero durante mucho tiempo mantuve el sueño de poder visitarla
en su casa y hacer una barbacoa con ella y sus amigos, y hablar del gazpacho, del pisto y del
Quijote. Porque Nancy, a pesar de ser una mujer muy sencilla, era una erudita
de la Literatura Hispánica, llegando a publicar con el nombre de Anna Wayne
Ashhurst.
Las circunstancias de su nacimiento fueron peculiares:
fue hija póstuma del Dr. Ashhurst, que sirvió como médico cirujano en la
batalla de Verdún (1916). Y cumplió su sueño de casarse; el afortunado fue el
señor Ronald Gerber, aunque la felicidad duró apenas diez años, pues una
enfermedad pulmonar acabó con la vida de Ronald. Al señor Gerber le faltó el
canto de un dólar para ir al frente en Vietnam: le enviaron a Alemania por
saber tocar la trompeta; se pasó la mili dando gracias a Dios. Es curioso que
la guerra estuviera presente de esa forma en la vida de Nancy, una mujer tan
pacífica.
Como dijeron los Beatles, Aunque sé que nunca perderé el afecto por las personas y cosas que se
fueron antes, sé que a menudo pararé y pensaré en ellas. Cómo olvidarte
Nancy.