Últimamente no paro mucho por aquí porque mis
ocupaciones precisan más de papel y boli que de ordenador, aunque en el trabajo
uso el ordenador hasta el agobio: vamos que es mi instrumento de trabajo (como
la de casi todo el mundo).
Del trabajo quería
hablar. Me dedico a grabar documentos, aunque está claro que no puedo contar
más. Es verano y los ordenadores dan calor: como el aire acondicionado no gusta
a todos no siempre se puede poner, por lo que he tenido que hacerme con un puesto
que está al lado de una ventana. Por suerte, de vez en cuando corre la brisa.
Como los
ordenadores no son precisamente de última generación, van como van, y lo más
natural del mundo es que se queden colgados, que vayan despacio, que den error,
que haya que reiniciarlos. Hasta los ordenadores de los Picapiedra funcionarían
mejor, y
nadie te ayuda a salir del apuro. Aunque, a decir
verdad, prefiero pelearme con los ordenadores que tratar con la gente: mi
trabajo exige producción, producción y producción, pero cuando produces quedas
como un rey y te sientes divinamente si no te paras a analizar la cara de
envidia de los compañeros.
Cuando sales del
trabajo la conversación es siempre la misma: "¿Qué tal hoy? ¡Uff, yo
fatal, sólo he grabado 87!" (cuando igual la media está en 90, no es tan
terrible lo que le ha pasado). Cuando vas al trabajo la conversación es siempre
la misma: "¿Qué tal ayer? ¡Uff, yo fatal sólo he grabado 97!" (magia,
superó la media mientras dormía). Cuando vamos al descanso la conversación es
siempre la misma:"¿Qué tal en la primera parte? Estoy agobiadísima,
alguien se ha hecho 130 en la mañana y yo apenas llevo 70 en las tres primeras
horas" (se ve que han contratado a Terminator).
Después de semejante nivel de conversación echo de menos el silencio, sobre todo si las pocas veces que alguien habla de otra cosa siempre hay alguien que le interrumpe como si no existiera. Envidio a la gente que va hablando sola por la calle: por lo menos nadie le interrumpe.