miércoles, 10 de febrero de 2016

Algo que leí

Una de las ventajas que tienen las nuevas tecnologías es la cantidad de libros que puedes tener en tu casa ocupando mucho menos espacio de lo que ocupa uno solo de esos libros. Te los puedes llevar todos encima y decidir por el camino cuál lees y, cuando te cansas de leer, puedes oír un poco de música, ver una película o jugar al Candy Crush como hizo "aquella" en el Congreso de los Diputados. Otra de sus ventajas es la cantidad de árboles que con ello se salvan por no talarlos.


Pero no todo es perfecto. Esos libros carecen del romanticismo del soporte en papel, no puedes meter flores entre las páginas y no puedes recordar donde te has quedado con un billete de metro o un marca-páginas decorativo. Y si un día la tablet decide no cargarse más, reza para no haberte olvidado de sacar copias a todo.


Mientras veo cómo comprarme una nueva tablet (porque la mía reventó), revuelvo entre los cajones donde guardo mis viejos libros para elegir una lectura que llevarme al metro. Curioseo entre sus páginas y aspiro el olor de las hojas, encuentro papeles donde tomé notas y que ahora están amarillos, y revivo los recuerdos que me traen algunos fragmentos de la lectura. Y encuentro marcapáginas viejos. Cuando podía, elegía alguno que fuera bonito o, al menos, especial porque ya no volvía a utilizarlo en otro libro.


No creo que vaya a tardar mucho en comprarme una tablet nueva, no hace falta la más cara para tener algo con calidad pero, por más que la técnica esté evolucionando, dudo que llegue a inventarse algo hermoso para marcar mi paso por algo que leí.